sábado, 27 de noviembre de 2010

Construir


OLYMPUS DIGITAL CAMERA

No importa tanto dónde, sino el qué y el cómo. No importa tanto dónde se construye, sino construir.

Edificar no sólo es poner ladrillo sobre ladrillo, sino especialmente tener la capacidad de armar una estructura sólida, resistente y permanente.

La trascendencia cuando construimos no está en la magnificencia de la obra, sino en el proceso y en los sueños que ponemos cuando levantamos nuestra creación.

Y es más, la verdadera construcción no eso que se ve, no son las paredes, es todo lo que dejamos, pusimos, entregamos, sacrificamos, exaltamos al pensarla, hacerla, contemplarla.

Lo que sí es fundamental es la elección de los materiales. No pueden ser cualquiera. Deben asegurarnos ganar la batalla diaria contra el tiempo y contra las inclemencias. Y deben garantizar el resguardo una vez que se entra.

Toda construcción nace con un sueño. Y lleva tiempo. Y sacrificios. Y paciencia. Y entrega. No podemos pretender que se haga de la noche a la mañana. Y como el hornero, hay que llevar de a poquito los frágiles y volátiles elementos que luego, combinados, serán esa estructura fuerte y estable.

Construir es una cuestión de cada día. Tanto para aquellas grandes obras que nos desvelan, como para aquellas mínimamente trascendentes de cada momento. Lo esencial es ponerse en marcha y disfrutar cada paso. Luego habrá tiempo para admirar lo edificado.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Indiferencia


DSC04730-1 [640x480]

Como sociedad y como individuos estamos muy acostumbrados a la indiferencia. Es nuestra excusa para “aceptar” al otro: mientras no se cruce conmigo, mientras no me moleste, mientras no ocupe mi lugar, mientras no sea una amenaza, mientras no me cuestione mi mirada, lo tolero… como si la tolerancia pudiera ser puesta en práctica cuando el otro no es más que una cosa más de las que me rodea, pero está lejos de ser una entidad igual a mí, con los mismos deseos, necesidades y potencialidades que yo.

Siempre hay opuestos. Y más cuando se trata de miradas. Unos miran para un lado, y otros para el contrario. Lo sabemos, lo decimos, lo avalamos, lo defendemos… pero cuando se trata de nosotros, la cuestión es radicalmente distinta.

La indiferencia es una causa. Muchas veces la vemos como la consecuencia, pero en realidad es el origen de muchos de los desencuentros. Entonces, si decidimos no mirar al que mira distinto, en otra dirección, habremos puesto la mirada sólo en nosotros y en lo que miramos, desechando toda posibilidad de que las miradas se crucen, de que nos miremos, de que contemplemos la posibilidad de mirar para el mismo lado, o de que miremos un punto intermedio entre las dos miradas, o de que miremos hacia un tercer lugar, ni el del otro ni el mío.

La indiferencia es una decisión. Una cómoda decisión. Descomprometida y hasta deshumanizante. Para el otro y para mí. Y para todo el resto. Porque aleja, distancia, separa al extremo a aquellos cercanos (en la sangre, en el tiempo y en el espacio). Muchas veces le atribuimos nuestra indiferencia, o la de los otros, al azar, al destino, a la casualidad… pero no son más que velos que tapan nuestra decisión tomada en algún momento, y muchas veces conscientes.

Mientras sigamos mirando en sentidos contrarios, y además optemos por no mirar al que mira diferente, seguiremos generando enfrentamientos fraticidas. Pero, obviamente, la responsabilidad será siempre “del otro”…

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cuando se cortan las energías


OLYMPUS DIGITAL CAMERA

Por más que procuremos prever las reservas para todo el camino, hay momentos en los que las energías se cortan. Uno no sabe bien porqué (o no se quiere dar cuenta, o no escuchó los presagios), pero lo concreto es que los cables que permitían que siguiéramos el recorrido, aquello que creíamos inagotable, ahora es finito, limitado.

Quizás estiramos demasiado el conducto (que por cierto es de acero resistente, lo cual agrega una cuota más de incertidumbre a la situación). Quizás alguien se posó y eso generó el quiebre. Quizás era muy fuerte al principio, pero las inclemencias del tiempo lo fueron haciendo más endeble y frágil. Quizás hicimos mal los cálculos y en realidad no había potencia para tan largo recorrido. Quizás minimizamos aquellas pequeñas rajaduras que iban preanunciando un tajo mayor. Quizás…

Pero aquellas conjeturas no nos llevan a ningún lado, y especialmente no sirven para revertir el corte de las energías. Tampoco tiene mucho sentido lamentarse y lamentarse sobre lo ocurrido. Porque allí sigue el cable sesgado y flojo.

Lo que sí podemos hacer es aprovechar la situación, mirar para atrás y observar todo aquello que recorrimos, sincerarnos con nosotros mismos y descubrir que en realidad hicimos mucho más de lo que habíamos proyectado.

Y por otro lado, este límite imprevisto nos sirve para sabernos humanos, imperfectos, vulnerables, falibles, no omnipotentes.

A veces, aquellos instantes trágicos y extremos se aparecen en nuestras vidas para darnos una lección que de otra forma no aprenderíamos.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Autoencierro


Encerrados. Autoencerrados. Así nos encontramos muchas veces. Por elección o por necesidad. O sin saber porqué. Pero siempre por miedo.

En las más absolutas de las oscuridades estamos dentro de un espacio que, paradójicamente, nos contiene pero también nos atemoriza. Pero mucho más nos atemoriza el sólo pensar en salir, en poner un pie afuera. En arriesgarnos.

Ese afuera en el que, otra vez paradójicamente, anhelamos estar pero del que queremos huir. ¿Qué hay allí? Claridad, certezas, esperanzas, proyectos, caminos, vidas, aires, aromas, alimentos, sueños, descansos….

Pero preferimos seguir enclaustrados en nuestras propias ansiedades. Nos acostumbramos a desear el afuera y a soportar el adentro. Y eso nos enferma, no nos hace bien, nos paraliza, nos anula, nos adormece.

Y encima cuando tomamos coraje y decidimos asomarnos mínimamente a la realidad que está del otro lado, espiando sin demasiado convencimiento, enfocamos nuestra mirada en las barras que nos encierran, en los barrotes que nos aíslan, y no en la luz y los colores que están inmediatamente más allá.

Una tercera paradoja: Buscando la liberación encontramos la causa de nuestro encierro.

En ese momento, con la frustración llevada aún más al extremos, volvemos sobre nuestros pasos y quedamos en penumbras nuevamente. Y nos repetimos sin cesar: “No vale la pena”.

En realidad, de lo que no nos dimos cuenta es de que estuvimos muy cerca de salir del autoencierro, y de que arriesgándonos sólo un poquito, podríamos haber vencido el temor. Era cuestión de enfocar la mirada más allá de los barrotes.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Un ocaso con luz


Atardecer amarillo [1024x768]

Que el nacimiento del día trae la luz, no es novedad. Pero que el cierre de una jornada también traiga consigo un resplandeciente espectáculo, eso sí que llama la atención.

Todo se va poniendo oscuro y la sombra va ganando terreno segundo a segundo. Las penumbras se vuelven evidentes e invasivas. Lo negro absoluto parece no frenar su marcha… Sin embargo, aún queda un importante vestigio de luminosidad que se sigue abriendo paso ante aquello que convierte todo en anónimas siluetas.

Y es que la luz no depende de un tiempo o de un espacio en especial. Imponente, aparece cuando necesita recordarle a la oscuridad quién manda, quién tiene la autoridad, quién tiene la última palabra, quién lucha hasta al final, quién volverá en unas horas.

Así, ocaso no es sinónimo de decadencia ni de desesperación ni de desorientación. El final del día no es el final de la luz. El inicio de la noche no es el inicio de la negritud. Y esto vale tanto para cada uno como para todos. Porque la luz no es egoísta y siempre busca dejar en evidencia su esplendor… aunque en apariencia se esté escondiendo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

¿Seguir, quedarse o volver?


Entrando al bosque [1024x768]
En ocasiones nos ocurre que –sin darnos cuenta- estamos parados frente a lo inesperado. Después de tanto caminar, de tanto andar, de tantos obstáculos sorteados, nos encontramos ante lo incierto que, además de su condición de desconocido, nos presenta otro dilema: ¿seguir, quedarse o volver?
Son tres alternativas cuyas consecuencias serán totalmente diferentes. Pero debemos tomar una. Debemos escoger. Para justificar la existencia. Para justificar nuestra existencia. Para sabernos vivos.
La decisión no puede ser del azar, ni del destino, ni del tiempo. La decisión debe ser exclusivamente nuestra.
Veníamos por un camino llano, parejo, sin mayores sobresaltos, y de pronto aparece una densa cortina que esconde aquello que ignoramos, y que además no sabemos si es lo que nos conviene, o de lo que debemos huir, o lo que debemos esperar.
Las únicas certezas son: que estamos parados frente a este desafío; que necesitamos tomar una opción; que podemos equivocarnos; que está en juego el rumbo que tomará nuestro andar; y que después de escoger, nada será igual.
¿Seguir y asumir el riesgo de explorar lo inesperado?
¿Quedarse allí hasta que las condiciones sean otras?
¿Volver sobre nuestros pasos y retomar otro camino?
Lamentablemente, no hay recetas mágicas. La respuesta –necesaria pero pensada; urgente pero medida- sólo le corresponde a cada uno.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

No es lo mismo…


OLYMPUS DIGITAL CAMERA

No es lo mismo mirarlo desde abajo, desde lejos, que ser el piloto. No es lo mismo admirar lo magnífico del vuelo de un avión, que comandarlo por entre las enormes –y muchas veces amenazantes- nubes que se van presentando. No es lo mismo verlo pasar simplemente en escasos segundos, que vivir la tensión y la responsabilidad de dirigir la nave a destino. No es lo mismo desconocer el destino de ese vuelo, que estar pendiente de las coordenadas justas para aterrizar cuando corresponda. No es lo mismo observar cómo se surca el Cielo desde la Tierra, que detenerse maravillado a ver la Tierra desde el Cielo. No es lo mismo contemplar el ruido de los motores a kilómetros de distancia, que ensordecerse estando casi al lado. No es lo mismo hablar sobre la capacidad de volar, que experimentarla. No es lo mismo ignorar el origen, el momento del despegue, que tenerlo grabado aún en la retina. No es lo mismo caminar, que volar. No es lo mismo estar sentado en el suelo, que estar sentado en el aire. No es lo mismo ver desaparecer el avión en el horizonte, que ver el horizonte aparecer desde las alturas. No es lo mismo la pequeñez de un avión, que la pequeñez humana. No es lo mismo lo que siente al transitar, que lo que se siente al aterrizar. No es lo mismo el desgaste del que miró desde abajo, que el cansancio del que dirigió la máquina. No es lo mismo la satisfacción de uno y de otro. No es lo mismo…

Estamos llamados a ser pilotos de nuestros destinos. Y más aún cuando esos lugares a los que queremos llegar parecen humanamente imposibles. Puede ser porque pasó mucho tiempo. Porque esos lugares están aún muy lejos. Porque se acaba el combustible. Porque el camino es largo y con tormentas previstas. O porque simplemente no nos animamos, o estamos solos, o parece una locura…

Sin duda que verlo desde abajo es más seguro. Y uno está en una posición muy cómoda para cuestionar, criticar, opinar, hablar. Pero también es muy bajo el compromiso que nos genera, al punto que cuando aquellos que vuelan por su destino, se van de nuestra vista, seguimos con la rutina como si nada. Pero lo que muchas veces olvidamos es un detalle no menor: aquellos que pilotean muchos de los aviones que simplemente vemos pasar, lo están haciendo por nosotros, en nombre de todos. Y ellos asumen el desafío de impulsar la nave que busca el anhelado destino. Eso, al menos, merece nuestro respeto y nuestra admiración. Y lleva consigo el deseo de que muchos más se suban a ese vuelo…

 

(Dedicado a aquellos que, después de 15 años del atentado ocurrido con las Explosiones de la Fábrica Militar de Río Tercero, aún siguen luchando por Justicia y Verdad, muchas veces en solitario, piloteando el avión de todo un pueblo).

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...