viernes, 31 de diciembre de 2010

Detenerse para seguir


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Detenemos nuestro vuelo. Debemos hacerlo. El flamante almanaque no deja alternativas. La parada no es tanto para descansar. Es más bien para avistar todo lo que vendrá. O lo que creemos que vendrá. O lo que soñamos que vendrá. La pausa es para planear cómo seguir el vuelo, por dónde, con quién, para qué. El minúsculo espacio donde nos asentamos es una muestra más de nuestra fragilidad. Sólo nos sostiene por el tiempo necesario. Para nosotros es esencial; para otros, un elemento más del paisaje, insignificante y descartable. Una vez que pudimos aferrarnos a esta pequeña varilla –porque hacer una pausa, detenerse, parar, agarrarse a la quietud, no es nada sencillo- toda nuestra energía debe estar concentrada en mirar, divagar, observar, anhelar, prever, disfrutar…

Detenerse para seguir.

Una vez que retomemos el vuelo (que cada uno sentirá el momento exacto para hacerlo), aquella pausa nos habrá servido para seguir manejando las riendas de nuestro destino, para no desentendernos de nuestra esencia, pero siendo conscientes de que la vida nos sorprenderá –¡por suerte!- en cada tramo de nuestros próximos viajes.

La polvareda


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Momentos, instantes, “ese” momento, “ese” instante, rostros anónimos, caras renovadas, luces, sombras, grises, claroscuros, amaneceres, ocasos, saludos, ayudas, palabras, gestos, miradas, una mano tendida, una mano que no llegaba, ideas, proyectos, “el lunes empiezo”, gritos, silencios, charlas, escuchas, despedidas, bienvenidas, júbilos, llantos, odios, broncas, alegrías, viajes, nuevos lugares, viejos lugares, lugares renovados, lugares que nunca se renovarán, insistencias, amarguras, imprevistos, fortalezas, egoísmos, sorpresas, inocencias, desganos, retiros, llegadas, amores, inquietudes, certezas, un libro, una película, una flor, un abrazo…

…este año…

Lo que se está yendo deja su polvareda.

Este resabio dejado en el camino nos permite recordar que, gracias a todo lo que ya es historia y pasado, hoy somos lo que somos, hoy estamos donde estamos, hoy andamos por donde andamos, hoy soñamos con lo que soñamos.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La esencia de la Navidad


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Perdonar. Confiar. Reír. Llorar. Abrazar. Contener. Sincerar. Entregar. Saber escuchar. Saber callar. Saber hablar. Admirar el momento. Aprovecharlo. Achicarse para ser grande. Ser humilde para ser fuerte. Resistir. Luchar. Descansar. Mirar el camino recorrido. Proyectar el que viene. No engañar. No engañarse. No dejarse engañar. Erguirse. Levantar banderas. Tomar posturas. Defenderlas. Estar abierto al error. Errar. Admitir el error. Corregir. Valorar al otro. De verdad. Sin condicionamientos. Sin imposiciones. Sin ataduras. Sin censuras. Ser como niños. Así, simples. Confiados. Inocentes. Espontáneos. Inquietos. Exploradores. Necesitados de amor. Amor maternal. De madre que no mide. Que entrega todo. Que lleva la vida. Que pare la vida. Que cuida la vida. Sea donde sea. Hasta en un precario pesebre. Porque lo que importa es otra cosa. Lo importante es el fruto. No el dolor ni el sufrimiento…

Por fin, la cuestión es encender una luz allí donde la oscuridad está empecinada en perpetuarse. Esa es la esencia de la Navidad.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Época de oportunidades


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Época de cierres, de balances, de conclusiones, de clausuras. El último mes del año –justamente por esa condición- suele asociarse a la terminación de todo lo recorrido. Y así es humanamente necesario, porque ya sabemos que la vida es una continuidad que en determinados momentos requieren de un fin para un nuevo inicio.

Sin embargo, no debemos descartar –ni ahora ni nunca- que en esta etapa también se abran puertas. Porque inexplicablemente sucede que a veces la existencia nos sorprende con paradojas, con imprevistos, con imposibles.

¿En medio de tantas instancias y esencias que empiezan a cicatrizar aparece otra que se anima a entreabrirse? ¡Claro que sí! o contemplar esta posibilidad, o peor aún: negarla, sería como exaltar la soberbia del ser humano fuera de los límites propios, sería como creernos capaces de manejar los plazos de la naturaleza…

Pero sin duda que lo más lamentable sería el hecho de haber desaprovechado la posibilidad de dejarse sorprender.

Volviendo a la puerta que se abre en tiempos de cierres, hay algunas cuestiones a considerar. Como sorpresa que es, sólo muestra la apertura; nunca lo que vendrá. Es más interesante la hendija que deja descubierta y no la tapa que se entorna. No siempre es la misma puerta; siempre es la nuestra.

Y la escena aparece en blanco y negro, porque los colores se los pondremos nosotros cuando la novedad pase y nos decidamos a cruzar el umbral insospechado que se nos presenta.

Época de cierres, de balances, de conclusiones, de clausuras… pero también de oportunidades.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Acostumbrados a los muros


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…otros muros han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco, muy poco o nada. (Eduardo Galeano)

Los hemos hecho parte de nuestro paisaje cotidiano. Quizás por eso tengan el privilegio de pasar desapercibidos, a pesar de su magnitud e imponencia.

La altura importa tanto como su extensión; y ambas son directamente proporcionales a lo negativo de sus efectos.

Nunca son necesarios, pero quienes los construyen los presentan como esenciales.

Separan, claro. Dividen, por supuesto. Pero también tienen otras funciones que tienen efectos muchos más nocivos y permanentes, y que muchas veces se ignoran o se niegan: segregan, humillan, destruyen, arrancan, deshumanizan.

Y tanto extreman las diferencias, tanto agigantan la brecha entre un punto y otro, que llegan al punto de anularlas, de hacerlas invisibles, de desecharlas, de quitarles entidad. Y al hacer esto la diferencia se vuelve más grande aún. Y más insalvable.

Algunos se adornan, se decoran, se embellecen. Pero todo con un sarcasmo y una ironía propios de aquel que se vanagloria de estar de un lado y odiaría estar del otro. Otros incluyen elementos aún más tenebrosos, como púas, que agigantan su poder.

Tienen esa drástica misión: hacer que haya un aquí y un allá donde antes no había.

¿Por qué se levantan? Eternos e innumerables motivos, muchos, pero siempre los mismos: miedo, rencor, venganza, mentira, soberbia, como escondite, como jaula, como aislamiento, como manera de marcar territorio.

No tienen límites: su altura y extensión se van modificando a medida que aquellos motivos se agrandan.

Lo peor de todo es que muchos se construyen en segundos, sin ladrillos y sin demasiado esfuerzo.

Así, está claro que vivimos amurallados y amurallando. Lo realmente complicado es derribar estas moles que siguen pasando desapercibidas.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Lo difícil es volver a ser gota


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Es fácil ser lluvia. Lo realmente complicado es volver a ser gota.

Todo el proceso que lleva a que la lluvia caiga es anónimo y homogeneizador. Hace que todo converja en un punto donde lo importante es el conjunto, y no cada una de las partes que contribuyeron. Y cuando empieza a arrojarse desde el cielo, cada fragmento se une a otro y a otro y a otro, y hacen que el espectáculo sea uno sólo. El éxito de esta misión se completa cuando la lluvia es un´momento en sí mismo, es decir que pudo borrar las individualidades de cada gota que aportó (y resignó) su esencia.

Pero una vez que la lluvia se termina, la invalorable y necesaria participación de cada gota no se reconoce; se disuelve. Todos miran al cielo para ver si el chaparrón cesó, pero casi nadie se detiene a observar los restos de aquello que inundaba uniformemente. Uno se tienta a creer que nada quedó, más allá de lo mojado de las cosas.

Sin embargo, aquellos que iniciaron la lluvia, esos entes individuales, únicos, valiosos, esenciales, imprescindibles, diminutos, las gotas que formaron ese húmedo todo, no se resignan a desaparecer, y después de haberse negado a sí mismas por un fin en conjunto, vuelven a ser partículas particulares. Claro, no son todas. La cantidad depende de la magnitud del sacudón al caer (a mayor fuerza en la lluvia, meno probabilidad de supervivencia). Y también del sitio donde les toque aterrizar. Y como tercer elemento –quizás el más importante- es que las gotas quieran volver a serlo.

¿Qué implica volver a ser gota después de haber formado parte de la lluvia? Salir del masivo anonimato, recuperar la identidad y transformarse nuevamente en un ser individual. Además, al sobrevivir, puede disfrutar del logro en común y contemplarlo. Pero también implica soledad, desconcierto, inseguridades, desafíos… porque ahora los frutos dependen de cada uno.

Es fácil ser lluvia. Lo realmente complicado es volver a ser gota.

martes, 7 de diciembre de 2010

El Cielo en el suelo


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No siempre podemos estar con la mirada en alto, caminando por la vida con la seguridad de que pisamos en tierra firme y que ningún obstáculo será imprevisto ni mucho menos limitante de nuestra marcha. En esos momentos en los que nuestra cabeza se inclina –por pena, por angustia, por cansancio, por entrega, por desinterés, por sinsentidos, por…- ahí es cuando se nos presenta un interesante desafío: encontrar la inmensidad en la pequeñez, la claridad en la penumbra, la salida en la profundidad, la bóveda en el sótano… en fin: el Cielo en el Suelo.

Eso que transitamos y de lo que no desprendemos nuestra desorientada mirada, se convierte imprevistamente en el reflejo de aquello que anhelamos. Nunca esperamos, en medio del fango oscuro, encontrarnos con un halo de esperanza contenido en un simple hueco. Pero así aparecen los signos de vitalidad, de repente, sin mucho estruendo y destinados a  cada uno de nosotros, con nombre y apellido.

Si nos permitimos estar cabizbajos, quizás allí, al ser conscientes de ello, estaremos comenzando a revertir lo que nos aqueja. Símbolo de esta transformación será que hallaremos el cielo despejándose justo frente a nuestros ojos perdidos en la tierra. La maravilla de este espectáculo nos hará, luego, erguirnos y mirar hacia lo alto.

- Viste… parece que el hueco tuviera forma de corazón…

- ¿Cuál? ¿Ese charco?

- No… ese que tiene el Cielo…

jueves, 2 de diciembre de 2010

Pequeña gran belleza


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Las pequeñas bellezas tienen la virtud de convertirse en grandes obras dignas de admiración… pero tienen la humildad de destinar todo el rédito al observador. Cuando alguien decide posar su mirada sobre ellas, sólo ahí es cuando su imponencia se hace evidente. Hasta que eso no ocurra, no pasan de ser un proyecto, una posibilidad, una idea, un anhelo, un sueño, un diamante en bruto. Son únicas, inigualables, con detalles propios y exclusivos… pero sólo cuando los ojos, la mente y el corazón de alguien destinan su atención a ese escondido espectáculo.

Son esas flores de las que no hay dos igual, pero que por diminutas o camufladas, pasan desapercibidas.

Y así ocurre muchas veces entre nosotros. Por pequeños, por humildes, descartamos bellezas que ignoramos aunque estén al lado nuestro. Son esos seres que no buscan la efímera trascendencia de la fama, sino el eterno reconocimiento de los que se animan y arriesgan a tenerlos en cuenta. Que se entregan sin mezquindades cuando reciben lo mínimo: atención a su hermosura. Para el resto son potencialidades a descubrir, para ellos mismos son certezas y realidades abiertas a los ojos, a la mente y al corazón de quien quiera.

Más allá de su bondad extrema, hay algo en lo que no tienen injerencia: no obligan a nadie a observar su belleza (porque no hacen alarde de ella), pero tienen la clara conciencia de que la mayor pérdida la sufrió aquel que desechó la oportunidad…

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