lunes, 31 de enero de 2011

Aún en la más absoluta oscuridad…


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En medio de la más absoluta oscuridad, aquella que no sólo aterra sino que inmoviliza y desconcierta, siempre hay una salida. Suele ser simple, identificable a primera vista, bien iluminada, segura. Pero lo realmente complicado es encontrarla, encaminar el rumbo hacia esa tranquilizadora salvación… porque estamos en la nada misma, en donde todo es igual, nada tiene matices, no hay grises, no hay medias tintas, no hay…

Estamos en la negritud extrema, tanteando, con los sentidos de la vista y de la orientación anulados, esperando, pasivamente expectantes… pero eso no nos prohíbe seguir siendo humanos esperanzados en hallar aquella salida. Sabemos que existe, pero la oscuridad también. Y ella (la noche eterna) se obstinará para que sigamos siendo sus prisioneros, para seguir esclavizando nuestra existencia.

¿Dónde está ese lugar de escape?… Puede ser en cualquier dirección… El desafío es encontrarlo y salir lo menos heridos posibles de esta odisea.

Pero hay un detalle que no es menor: así como cada tiniebla es única y propia, así tampoco hay dos salidas iguales. No hay recetas ni mapas prefijados. Cada uno como ser irrepetible debe desandar su personalísimo camino que lo llevará fuera de la oscuridad.

¿Cuánto tiempo lleva encontrarlo?… No se sabe, pero cuando se está fuera, todas aquellas aterradoras experiencias se minimizan ante la magnificencia de la puerta que hallamos.

miércoles, 26 de enero de 2011

Firmes y buscando el sol


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Y sí. Cuando nos paramos y nos ponemos de frente, a algo o alguien le damos la espalda. Cuando elegimos mirar hacia un lado (dentro de los infinitos posibles), dentro de esa elección está implícita la renuncia. Optar es renunciar. Renuncia que puede provocar temores y ansiedades por el hecho de abandonar lo seguro. Además el riesgo de que no se comprenda, es muy alto. Y allí reside el desafío. Seguir apuntando, a pesar de todo y de todos, hacia el sol que cada uno eligió como manantial del que se alimenta, al que se dirige, el que le da sentido a cada paso, el que mantiene el sueño encendido. Ese sueño único y tan propio como la sangre. Porque hay que tener sangre en las venas para perseguir un sueño. Estar vivo. Estar bien plantado en nuestro lugar. Firmes. Pero con la flexibilidad necesaria como para acomodarse a los cambios, a los vientos, a las amenazas, a los días nublados, a las noches. Teniendo como premisa excluyente buscar siempre el sol. Y cerrando nuestros pétalos cuando deben servir de protección.

Nuestro centro apunta a la luz. Por ello dejaremos detrás aquello que no nos permite crecer, incluyendo la oscuridad misma. Y lo haremos a pesar de las heridas que nos quedaron del camino transitado, esos pétalos que aún muestran las huellas de la última tormenta.

jueves, 20 de enero de 2011

Dejemos las ojotas en la costa


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Nuestros pies son los que nos mueven, los que nos paran, los que nos mantienen en el camino, los que nos guían, los que nos llevan, los que nos traen, los que nos advierten, los que nos conectan con la tierra y la Tierra.

Sin embargo, son pocas las veces en las que están desnudos, vírgenes, inalterados. Los cubrimos de cuero, plástico o tela, con varias capas que lo aíslan (sí, lo protege, pero también lo aísla), y con suelas que los alejan de la textura natural del suelo.

Los pies acusan nuestros pasos, nuestros tiempos y nuestras prioridades. No es lo mismo calzarlos con un entramado de cuerdas y materiales muy difíciles de desatar, que posarlos y cubrirlos tímidamente con elementos que se despojan sencillamente. También nos delatan nuestros miedos y nuestras seguridades.

(Muchos de los placeres se hacen con los pies descalzos)

(¿Notaron la urgencia vital de un niño de sacarse su calzado?… Necesitan no perder el gusto de la tierra en sus pies… Necesitan ser libres….)

Es tiempo de dejar los pies desnudos, de redescubrir el sabor original del suelo, de sacarnos aquello que nos aísla de la tierra y de la Tierra.

Entonces, ¡dejemos las ojotas en la costa! ¡Pisemos la arena y recorramos el agua! ¡Entremos descalzos al placer del descanso!

miércoles, 5 de enero de 2011

Al costado del camino


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La única manera de descubrir es caminando. Ponerse en marcha, cambiar de aire, transitar nuevos senderos. Se trata de seguir huellas o crear nuevas. Siempre abiertos a la sorpresa, a deslumbrarnos.

No siempre encontramos lo que deseamos; a veces es inmensamente mejor; otras, temerosamente peor. Pero, al asumir el desafío de caminar, le estamos dando permiso a la novedad para que aparezca… obvia y naturalmente de imprevisto.

Lo central así deja de ser el camino. El protagonista empieza a ser eso que nuestros sentidos acaban de descubrir.

No hay que temer: es distinto, nuevo, único, extrañamente cercano, bello, humildemente imponente, original hasta el detalle, solitariamente seguro, digno de admiración, digno.

Su trascendencia está guardada sólo para aquellos que, habiendo decidido caminar, deciden olvidarse del camino, abstraerse de los detalles insignificantes que lo rodean y enfocarse únicamente en él.

Una vez que lo dejamos atrás tiene otra característica, además de quedar inevitablemente en el recuerdo: transforma las entrañas de aquel que se animó a descubrirlo. Él quedará allí, al costado del sendero, esperando el momento en el que otros hagan lo mismo.

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