sábado, 28 de enero de 2012

La voluntad de la mirada


 

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Todo está en la mirada. Y más específicamente en la voluntad de la mirada, en aquello que decidimos ver y en lo que obviamos. De hecho, la realidad no es tal hasta que no pasa por nuestros ojos, por nuestra mente, por nuestro corazón, por nuestro ser. Siempre estuvo allí a la espera de captar nuestra atención. Pero una vez que eso ocurre pasa a ser “nuestra” realidad, aquella que selectivamente decidimos ver, aquella que selectivamente decidimos no ver. Es la misma para todos, es distinta para cada uno. El enfoque que hagamos habla de nosotros, de nuestros intereses, de nuestras necesidades, de nuestras ansiedades, de nuestros errores, de nuestros aciertos, de nuestra humanidad, de nuestra historia, de nuestro presente, de lo que queremos ser.

En lo anterior está la esencia de la libertad del hombre, pero también la raíz de muchos males y desencuentros. Para fortalecer lo primero y evitar lo segundo, la cuestión es reconocer las diferentes miradas, saber que la nuestra es una más en el concierto de visiones, aceptar aquellas radicalmente contrarias a la nuestra y construir una mirada en común, resignando y defendiendo. Porque si cada uno se queda con su visión sin tomar el riesgo de cotejarla con la del resto, allí aparece la soberbia, el egoísmo y los extremos irreconciliables. “Mientras nadie se meta con lo mío, para qué yo ir en busca de lo que me une y me diferencia con el resto. Y encima, tengo razón”, es el pensamiento.

Todo está en la mirada. En la mía, en la del otro y en aquella que sepamos y queramos construir.

jueves, 12 de enero de 2012

Helado, frío, tibio, caliente, hirviendo.


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Helado, frío, tibio, caliente, hirviendo. Hay muchos estados por los que podemos –y debemos- transitar. Cada uno conlleva su propio recipiente y su forma de contenerse. Igual que con las bebidas, la vida nos enseña que hay diferentes temperaturas para cada instante, y que de su elección depende el disfrute o el padecimiento que tengamos.

Ahora, no siempre la sensación térmica del exterior debe condicionar la del interior. Son complementarias pero no determinantes una de otra. Un helado en invierno o un té ardiente en verano son posibilidades que así lo demuestran.

Sin embargo, hay dos situaciones que generan problemas casi existenciales. Una, cuando elegimos mal; otra, cuando aguantamos aquello que estuvo bien elegido en un momento pero ahora desentona.

Puesto en la analogía con las bebidas, sería: Optar por un gélido elixir cuando necesitamos un líquido ardiente, o al revés; y seguir sosteniendo lo helado o lo hirviente cuando ya nuestro paladar no los requiere ni los soporta.

Puesta en la realidad de la vida, sería: Optar por una actitud gélida cuando necesitamos un instante ardiente, o al revés; y seguir sosteniendo lo helado o lo hirviente cuando ya nuestra humanidad no los requiere ni los soporta.

La solución para ambas situaciones es la misma: liberar la temperatura que ya no nos hace disfrutar, que nos hace padecer. Colocar fuego donde hay hielo o enfriar las estados caldeados, según corresponda.

Es como abrir el termo que ya explota de hervor. Allí se evapora (siempre de mala gana por resultar vencido) todo lo que nos convertía en seres incómodos con nosotros mismos.

Helado, frío, tibio, caliente, hirviendo. La madurez está en reconocer cada estado en su justo momento.

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