Vaya engaño en el que caemos. Nosotros solos.
Subimos.
Creemos que estamos en la cima.
Nos creemos libres.
Admiramos desde arriba.
Subimos más.
Reconocemos la pequeñez desde nuestra grandeza.
Somos dueños del viento. Lo aprovechamos. Lo hacemos carne.
Nada nos detiene.
Subimos más aún.
Las nubes son testigos de nuestro vuelo.
Volamos sin pausa.
Nos admiran desde abajo. Se divierten con nuestra hazaña.
Subimos mucho más aún.
Somos dignos de admiración, de asombro, de contemplación.
Nuestro ascenso es sereno pero firme.
No hay tope.
Subimos tanto que casi alcanzamos el lugar Divino.
Sin embargo, sólo basta con que alguien empiece a recoger el hilo que nos hizo caer en esta ilusión, para volver a ser un simple pedazo de tela y papel, tirado, inmóvil en el piso, sin posibilidad de ni siquiera una leve inclinación.
Nos engañamos solos. Creemos haber alcanzado la cúspide cuando en realidad un hilo y un amo gobiernan nuestras ilusiones. Que se enrollan, se guardan y se archivan a la espera de su voluntad.
En fin, sólo fuimos meros barriletes.
¿Lo seguimos siendo?
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