viernes, 31 de diciembre de 2010

Detenerse para seguir


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Detenemos nuestro vuelo. Debemos hacerlo. El flamante almanaque no deja alternativas. La parada no es tanto para descansar. Es más bien para avistar todo lo que vendrá. O lo que creemos que vendrá. O lo que soñamos que vendrá. La pausa es para planear cómo seguir el vuelo, por dónde, con quién, para qué. El minúsculo espacio donde nos asentamos es una muestra más de nuestra fragilidad. Sólo nos sostiene por el tiempo necesario. Para nosotros es esencial; para otros, un elemento más del paisaje, insignificante y descartable. Una vez que pudimos aferrarnos a esta pequeña varilla –porque hacer una pausa, detenerse, parar, agarrarse a la quietud, no es nada sencillo- toda nuestra energía debe estar concentrada en mirar, divagar, observar, anhelar, prever, disfrutar…

Detenerse para seguir.

Una vez que retomemos el vuelo (que cada uno sentirá el momento exacto para hacerlo), aquella pausa nos habrá servido para seguir manejando las riendas de nuestro destino, para no desentendernos de nuestra esencia, pero siendo conscientes de que la vida nos sorprenderá –¡por suerte!- en cada tramo de nuestros próximos viajes.

La polvareda


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Momentos, instantes, “ese” momento, “ese” instante, rostros anónimos, caras renovadas, luces, sombras, grises, claroscuros, amaneceres, ocasos, saludos, ayudas, palabras, gestos, miradas, una mano tendida, una mano que no llegaba, ideas, proyectos, “el lunes empiezo”, gritos, silencios, charlas, escuchas, despedidas, bienvenidas, júbilos, llantos, odios, broncas, alegrías, viajes, nuevos lugares, viejos lugares, lugares renovados, lugares que nunca se renovarán, insistencias, amarguras, imprevistos, fortalezas, egoísmos, sorpresas, inocencias, desganos, retiros, llegadas, amores, inquietudes, certezas, un libro, una película, una flor, un abrazo…

…este año…

Lo que se está yendo deja su polvareda.

Este resabio dejado en el camino nos permite recordar que, gracias a todo lo que ya es historia y pasado, hoy somos lo que somos, hoy estamos donde estamos, hoy andamos por donde andamos, hoy soñamos con lo que soñamos.

viernes, 24 de diciembre de 2010

La esencia de la Navidad


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Perdonar. Confiar. Reír. Llorar. Abrazar. Contener. Sincerar. Entregar. Saber escuchar. Saber callar. Saber hablar. Admirar el momento. Aprovecharlo. Achicarse para ser grande. Ser humilde para ser fuerte. Resistir. Luchar. Descansar. Mirar el camino recorrido. Proyectar el que viene. No engañar. No engañarse. No dejarse engañar. Erguirse. Levantar banderas. Tomar posturas. Defenderlas. Estar abierto al error. Errar. Admitir el error. Corregir. Valorar al otro. De verdad. Sin condicionamientos. Sin imposiciones. Sin ataduras. Sin censuras. Ser como niños. Así, simples. Confiados. Inocentes. Espontáneos. Inquietos. Exploradores. Necesitados de amor. Amor maternal. De madre que no mide. Que entrega todo. Que lleva la vida. Que pare la vida. Que cuida la vida. Sea donde sea. Hasta en un precario pesebre. Porque lo que importa es otra cosa. Lo importante es el fruto. No el dolor ni el sufrimiento…

Por fin, la cuestión es encender una luz allí donde la oscuridad está empecinada en perpetuarse. Esa es la esencia de la Navidad.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Época de oportunidades


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Época de cierres, de balances, de conclusiones, de clausuras. El último mes del año –justamente por esa condición- suele asociarse a la terminación de todo lo recorrido. Y así es humanamente necesario, porque ya sabemos que la vida es una continuidad que en determinados momentos requieren de un fin para un nuevo inicio.

Sin embargo, no debemos descartar –ni ahora ni nunca- que en esta etapa también se abran puertas. Porque inexplicablemente sucede que a veces la existencia nos sorprende con paradojas, con imprevistos, con imposibles.

¿En medio de tantas instancias y esencias que empiezan a cicatrizar aparece otra que se anima a entreabrirse? ¡Claro que sí! o contemplar esta posibilidad, o peor aún: negarla, sería como exaltar la soberbia del ser humano fuera de los límites propios, sería como creernos capaces de manejar los plazos de la naturaleza…

Pero sin duda que lo más lamentable sería el hecho de haber desaprovechado la posibilidad de dejarse sorprender.

Volviendo a la puerta que se abre en tiempos de cierres, hay algunas cuestiones a considerar. Como sorpresa que es, sólo muestra la apertura; nunca lo que vendrá. Es más interesante la hendija que deja descubierta y no la tapa que se entorna. No siempre es la misma puerta; siempre es la nuestra.

Y la escena aparece en blanco y negro, porque los colores se los pondremos nosotros cuando la novedad pase y nos decidamos a cruzar el umbral insospechado que se nos presenta.

Época de cierres, de balances, de conclusiones, de clausuras… pero también de oportunidades.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Acostumbrados a los muros


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…otros muros han brotado, siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de Berlín, de ellos se habla poco, muy poco o nada. (Eduardo Galeano)

Los hemos hecho parte de nuestro paisaje cotidiano. Quizás por eso tengan el privilegio de pasar desapercibidos, a pesar de su magnitud e imponencia.

La altura importa tanto como su extensión; y ambas son directamente proporcionales a lo negativo de sus efectos.

Nunca son necesarios, pero quienes los construyen los presentan como esenciales.

Separan, claro. Dividen, por supuesto. Pero también tienen otras funciones que tienen efectos muchos más nocivos y permanentes, y que muchas veces se ignoran o se niegan: segregan, humillan, destruyen, arrancan, deshumanizan.

Y tanto extreman las diferencias, tanto agigantan la brecha entre un punto y otro, que llegan al punto de anularlas, de hacerlas invisibles, de desecharlas, de quitarles entidad. Y al hacer esto la diferencia se vuelve más grande aún. Y más insalvable.

Algunos se adornan, se decoran, se embellecen. Pero todo con un sarcasmo y una ironía propios de aquel que se vanagloria de estar de un lado y odiaría estar del otro. Otros incluyen elementos aún más tenebrosos, como púas, que agigantan su poder.

Tienen esa drástica misión: hacer que haya un aquí y un allá donde antes no había.

¿Por qué se levantan? Eternos e innumerables motivos, muchos, pero siempre los mismos: miedo, rencor, venganza, mentira, soberbia, como escondite, como jaula, como aislamiento, como manera de marcar territorio.

No tienen límites: su altura y extensión se van modificando a medida que aquellos motivos se agrandan.

Lo peor de todo es que muchos se construyen en segundos, sin ladrillos y sin demasiado esfuerzo.

Así, está claro que vivimos amurallados y amurallando. Lo realmente complicado es derribar estas moles que siguen pasando desapercibidas.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Lo difícil es volver a ser gota


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Es fácil ser lluvia. Lo realmente complicado es volver a ser gota.

Todo el proceso que lleva a que la lluvia caiga es anónimo y homogeneizador. Hace que todo converja en un punto donde lo importante es el conjunto, y no cada una de las partes que contribuyeron. Y cuando empieza a arrojarse desde el cielo, cada fragmento se une a otro y a otro y a otro, y hacen que el espectáculo sea uno sólo. El éxito de esta misión se completa cuando la lluvia es un´momento en sí mismo, es decir que pudo borrar las individualidades de cada gota que aportó (y resignó) su esencia.

Pero una vez que la lluvia se termina, la invalorable y necesaria participación de cada gota no se reconoce; se disuelve. Todos miran al cielo para ver si el chaparrón cesó, pero casi nadie se detiene a observar los restos de aquello que inundaba uniformemente. Uno se tienta a creer que nada quedó, más allá de lo mojado de las cosas.

Sin embargo, aquellos que iniciaron la lluvia, esos entes individuales, únicos, valiosos, esenciales, imprescindibles, diminutos, las gotas que formaron ese húmedo todo, no se resignan a desaparecer, y después de haberse negado a sí mismas por un fin en conjunto, vuelven a ser partículas particulares. Claro, no son todas. La cantidad depende de la magnitud del sacudón al caer (a mayor fuerza en la lluvia, meno probabilidad de supervivencia). Y también del sitio donde les toque aterrizar. Y como tercer elemento –quizás el más importante- es que las gotas quieran volver a serlo.

¿Qué implica volver a ser gota después de haber formado parte de la lluvia? Salir del masivo anonimato, recuperar la identidad y transformarse nuevamente en un ser individual. Además, al sobrevivir, puede disfrutar del logro en común y contemplarlo. Pero también implica soledad, desconcierto, inseguridades, desafíos… porque ahora los frutos dependen de cada uno.

Es fácil ser lluvia. Lo realmente complicado es volver a ser gota.

martes, 7 de diciembre de 2010

El Cielo en el suelo


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No siempre podemos estar con la mirada en alto, caminando por la vida con la seguridad de que pisamos en tierra firme y que ningún obstáculo será imprevisto ni mucho menos limitante de nuestra marcha. En esos momentos en los que nuestra cabeza se inclina –por pena, por angustia, por cansancio, por entrega, por desinterés, por sinsentidos, por…- ahí es cuando se nos presenta un interesante desafío: encontrar la inmensidad en la pequeñez, la claridad en la penumbra, la salida en la profundidad, la bóveda en el sótano… en fin: el Cielo en el Suelo.

Eso que transitamos y de lo que no desprendemos nuestra desorientada mirada, se convierte imprevistamente en el reflejo de aquello que anhelamos. Nunca esperamos, en medio del fango oscuro, encontrarnos con un halo de esperanza contenido en un simple hueco. Pero así aparecen los signos de vitalidad, de repente, sin mucho estruendo y destinados a  cada uno de nosotros, con nombre y apellido.

Si nos permitimos estar cabizbajos, quizás allí, al ser conscientes de ello, estaremos comenzando a revertir lo que nos aqueja. Símbolo de esta transformación será que hallaremos el cielo despejándose justo frente a nuestros ojos perdidos en la tierra. La maravilla de este espectáculo nos hará, luego, erguirnos y mirar hacia lo alto.

- Viste… parece que el hueco tuviera forma de corazón…

- ¿Cuál? ¿Ese charco?

- No… ese que tiene el Cielo…

jueves, 2 de diciembre de 2010

Pequeña gran belleza


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Las pequeñas bellezas tienen la virtud de convertirse en grandes obras dignas de admiración… pero tienen la humildad de destinar todo el rédito al observador. Cuando alguien decide posar su mirada sobre ellas, sólo ahí es cuando su imponencia se hace evidente. Hasta que eso no ocurra, no pasan de ser un proyecto, una posibilidad, una idea, un anhelo, un sueño, un diamante en bruto. Son únicas, inigualables, con detalles propios y exclusivos… pero sólo cuando los ojos, la mente y el corazón de alguien destinan su atención a ese escondido espectáculo.

Son esas flores de las que no hay dos igual, pero que por diminutas o camufladas, pasan desapercibidas.

Y así ocurre muchas veces entre nosotros. Por pequeños, por humildes, descartamos bellezas que ignoramos aunque estén al lado nuestro. Son esos seres que no buscan la efímera trascendencia de la fama, sino el eterno reconocimiento de los que se animan y arriesgan a tenerlos en cuenta. Que se entregan sin mezquindades cuando reciben lo mínimo: atención a su hermosura. Para el resto son potencialidades a descubrir, para ellos mismos son certezas y realidades abiertas a los ojos, a la mente y al corazón de quien quiera.

Más allá de su bondad extrema, hay algo en lo que no tienen injerencia: no obligan a nadie a observar su belleza (porque no hacen alarde de ella), pero tienen la clara conciencia de que la mayor pérdida la sufrió aquel que desechó la oportunidad…

sábado, 27 de noviembre de 2010

Construir


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No importa tanto dónde, sino el qué y el cómo. No importa tanto dónde se construye, sino construir.

Edificar no sólo es poner ladrillo sobre ladrillo, sino especialmente tener la capacidad de armar una estructura sólida, resistente y permanente.

La trascendencia cuando construimos no está en la magnificencia de la obra, sino en el proceso y en los sueños que ponemos cuando levantamos nuestra creación.

Y es más, la verdadera construcción no eso que se ve, no son las paredes, es todo lo que dejamos, pusimos, entregamos, sacrificamos, exaltamos al pensarla, hacerla, contemplarla.

Lo que sí es fundamental es la elección de los materiales. No pueden ser cualquiera. Deben asegurarnos ganar la batalla diaria contra el tiempo y contra las inclemencias. Y deben garantizar el resguardo una vez que se entra.

Toda construcción nace con un sueño. Y lleva tiempo. Y sacrificios. Y paciencia. Y entrega. No podemos pretender que se haga de la noche a la mañana. Y como el hornero, hay que llevar de a poquito los frágiles y volátiles elementos que luego, combinados, serán esa estructura fuerte y estable.

Construir es una cuestión de cada día. Tanto para aquellas grandes obras que nos desvelan, como para aquellas mínimamente trascendentes de cada momento. Lo esencial es ponerse en marcha y disfrutar cada paso. Luego habrá tiempo para admirar lo edificado.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Indiferencia


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Como sociedad y como individuos estamos muy acostumbrados a la indiferencia. Es nuestra excusa para “aceptar” al otro: mientras no se cruce conmigo, mientras no me moleste, mientras no ocupe mi lugar, mientras no sea una amenaza, mientras no me cuestione mi mirada, lo tolero… como si la tolerancia pudiera ser puesta en práctica cuando el otro no es más que una cosa más de las que me rodea, pero está lejos de ser una entidad igual a mí, con los mismos deseos, necesidades y potencialidades que yo.

Siempre hay opuestos. Y más cuando se trata de miradas. Unos miran para un lado, y otros para el contrario. Lo sabemos, lo decimos, lo avalamos, lo defendemos… pero cuando se trata de nosotros, la cuestión es radicalmente distinta.

La indiferencia es una causa. Muchas veces la vemos como la consecuencia, pero en realidad es el origen de muchos de los desencuentros. Entonces, si decidimos no mirar al que mira distinto, en otra dirección, habremos puesto la mirada sólo en nosotros y en lo que miramos, desechando toda posibilidad de que las miradas se crucen, de que nos miremos, de que contemplemos la posibilidad de mirar para el mismo lado, o de que miremos un punto intermedio entre las dos miradas, o de que miremos hacia un tercer lugar, ni el del otro ni el mío.

La indiferencia es una decisión. Una cómoda decisión. Descomprometida y hasta deshumanizante. Para el otro y para mí. Y para todo el resto. Porque aleja, distancia, separa al extremo a aquellos cercanos (en la sangre, en el tiempo y en el espacio). Muchas veces le atribuimos nuestra indiferencia, o la de los otros, al azar, al destino, a la casualidad… pero no son más que velos que tapan nuestra decisión tomada en algún momento, y muchas veces conscientes.

Mientras sigamos mirando en sentidos contrarios, y además optemos por no mirar al que mira diferente, seguiremos generando enfrentamientos fraticidas. Pero, obviamente, la responsabilidad será siempre “del otro”…

jueves, 18 de noviembre de 2010

Cuando se cortan las energías


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Por más que procuremos prever las reservas para todo el camino, hay momentos en los que las energías se cortan. Uno no sabe bien porqué (o no se quiere dar cuenta, o no escuchó los presagios), pero lo concreto es que los cables que permitían que siguiéramos el recorrido, aquello que creíamos inagotable, ahora es finito, limitado.

Quizás estiramos demasiado el conducto (que por cierto es de acero resistente, lo cual agrega una cuota más de incertidumbre a la situación). Quizás alguien se posó y eso generó el quiebre. Quizás era muy fuerte al principio, pero las inclemencias del tiempo lo fueron haciendo más endeble y frágil. Quizás hicimos mal los cálculos y en realidad no había potencia para tan largo recorrido. Quizás minimizamos aquellas pequeñas rajaduras que iban preanunciando un tajo mayor. Quizás…

Pero aquellas conjeturas no nos llevan a ningún lado, y especialmente no sirven para revertir el corte de las energías. Tampoco tiene mucho sentido lamentarse y lamentarse sobre lo ocurrido. Porque allí sigue el cable sesgado y flojo.

Lo que sí podemos hacer es aprovechar la situación, mirar para atrás y observar todo aquello que recorrimos, sincerarnos con nosotros mismos y descubrir que en realidad hicimos mucho más de lo que habíamos proyectado.

Y por otro lado, este límite imprevisto nos sirve para sabernos humanos, imperfectos, vulnerables, falibles, no omnipotentes.

A veces, aquellos instantes trágicos y extremos se aparecen en nuestras vidas para darnos una lección que de otra forma no aprenderíamos.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Autoencierro


Encerrados. Autoencerrados. Así nos encontramos muchas veces. Por elección o por necesidad. O sin saber porqué. Pero siempre por miedo.

En las más absolutas de las oscuridades estamos dentro de un espacio que, paradójicamente, nos contiene pero también nos atemoriza. Pero mucho más nos atemoriza el sólo pensar en salir, en poner un pie afuera. En arriesgarnos.

Ese afuera en el que, otra vez paradójicamente, anhelamos estar pero del que queremos huir. ¿Qué hay allí? Claridad, certezas, esperanzas, proyectos, caminos, vidas, aires, aromas, alimentos, sueños, descansos….

Pero preferimos seguir enclaustrados en nuestras propias ansiedades. Nos acostumbramos a desear el afuera y a soportar el adentro. Y eso nos enferma, no nos hace bien, nos paraliza, nos anula, nos adormece.

Y encima cuando tomamos coraje y decidimos asomarnos mínimamente a la realidad que está del otro lado, espiando sin demasiado convencimiento, enfocamos nuestra mirada en las barras que nos encierran, en los barrotes que nos aíslan, y no en la luz y los colores que están inmediatamente más allá.

Una tercera paradoja: Buscando la liberación encontramos la causa de nuestro encierro.

En ese momento, con la frustración llevada aún más al extremos, volvemos sobre nuestros pasos y quedamos en penumbras nuevamente. Y nos repetimos sin cesar: “No vale la pena”.

En realidad, de lo que no nos dimos cuenta es de que estuvimos muy cerca de salir del autoencierro, y de que arriesgándonos sólo un poquito, podríamos haber vencido el temor. Era cuestión de enfocar la mirada más allá de los barrotes.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Un ocaso con luz


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Que el nacimiento del día trae la luz, no es novedad. Pero que el cierre de una jornada también traiga consigo un resplandeciente espectáculo, eso sí que llama la atención.

Todo se va poniendo oscuro y la sombra va ganando terreno segundo a segundo. Las penumbras se vuelven evidentes e invasivas. Lo negro absoluto parece no frenar su marcha… Sin embargo, aún queda un importante vestigio de luminosidad que se sigue abriendo paso ante aquello que convierte todo en anónimas siluetas.

Y es que la luz no depende de un tiempo o de un espacio en especial. Imponente, aparece cuando necesita recordarle a la oscuridad quién manda, quién tiene la autoridad, quién tiene la última palabra, quién lucha hasta al final, quién volverá en unas horas.

Así, ocaso no es sinónimo de decadencia ni de desesperación ni de desorientación. El final del día no es el final de la luz. El inicio de la noche no es el inicio de la negritud. Y esto vale tanto para cada uno como para todos. Porque la luz no es egoísta y siempre busca dejar en evidencia su esplendor… aunque en apariencia se esté escondiendo.

sábado, 6 de noviembre de 2010

¿Seguir, quedarse o volver?


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En ocasiones nos ocurre que –sin darnos cuenta- estamos parados frente a lo inesperado. Después de tanto caminar, de tanto andar, de tantos obstáculos sorteados, nos encontramos ante lo incierto que, además de su condición de desconocido, nos presenta otro dilema: ¿seguir, quedarse o volver?
Son tres alternativas cuyas consecuencias serán totalmente diferentes. Pero debemos tomar una. Debemos escoger. Para justificar la existencia. Para justificar nuestra existencia. Para sabernos vivos.
La decisión no puede ser del azar, ni del destino, ni del tiempo. La decisión debe ser exclusivamente nuestra.
Veníamos por un camino llano, parejo, sin mayores sobresaltos, y de pronto aparece una densa cortina que esconde aquello que ignoramos, y que además no sabemos si es lo que nos conviene, o de lo que debemos huir, o lo que debemos esperar.
Las únicas certezas son: que estamos parados frente a este desafío; que necesitamos tomar una opción; que podemos equivocarnos; que está en juego el rumbo que tomará nuestro andar; y que después de escoger, nada será igual.
¿Seguir y asumir el riesgo de explorar lo inesperado?
¿Quedarse allí hasta que las condiciones sean otras?
¿Volver sobre nuestros pasos y retomar otro camino?
Lamentablemente, no hay recetas mágicas. La respuesta –necesaria pero pensada; urgente pero medida- sólo le corresponde a cada uno.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

No es lo mismo…


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No es lo mismo mirarlo desde abajo, desde lejos, que ser el piloto. No es lo mismo admirar lo magnífico del vuelo de un avión, que comandarlo por entre las enormes –y muchas veces amenazantes- nubes que se van presentando. No es lo mismo verlo pasar simplemente en escasos segundos, que vivir la tensión y la responsabilidad de dirigir la nave a destino. No es lo mismo desconocer el destino de ese vuelo, que estar pendiente de las coordenadas justas para aterrizar cuando corresponda. No es lo mismo observar cómo se surca el Cielo desde la Tierra, que detenerse maravillado a ver la Tierra desde el Cielo. No es lo mismo contemplar el ruido de los motores a kilómetros de distancia, que ensordecerse estando casi al lado. No es lo mismo hablar sobre la capacidad de volar, que experimentarla. No es lo mismo ignorar el origen, el momento del despegue, que tenerlo grabado aún en la retina. No es lo mismo caminar, que volar. No es lo mismo estar sentado en el suelo, que estar sentado en el aire. No es lo mismo ver desaparecer el avión en el horizonte, que ver el horizonte aparecer desde las alturas. No es lo mismo la pequeñez de un avión, que la pequeñez humana. No es lo mismo lo que siente al transitar, que lo que se siente al aterrizar. No es lo mismo el desgaste del que miró desde abajo, que el cansancio del que dirigió la máquina. No es lo mismo la satisfacción de uno y de otro. No es lo mismo…

Estamos llamados a ser pilotos de nuestros destinos. Y más aún cuando esos lugares a los que queremos llegar parecen humanamente imposibles. Puede ser porque pasó mucho tiempo. Porque esos lugares están aún muy lejos. Porque se acaba el combustible. Porque el camino es largo y con tormentas previstas. O porque simplemente no nos animamos, o estamos solos, o parece una locura…

Sin duda que verlo desde abajo es más seguro. Y uno está en una posición muy cómoda para cuestionar, criticar, opinar, hablar. Pero también es muy bajo el compromiso que nos genera, al punto que cuando aquellos que vuelan por su destino, se van de nuestra vista, seguimos con la rutina como si nada. Pero lo que muchas veces olvidamos es un detalle no menor: aquellos que pilotean muchos de los aviones que simplemente vemos pasar, lo están haciendo por nosotros, en nombre de todos. Y ellos asumen el desafío de impulsar la nave que busca el anhelado destino. Eso, al menos, merece nuestro respeto y nuestra admiración. Y lleva consigo el deseo de que muchos más se suban a ese vuelo…

 

(Dedicado a aquellos que, después de 15 años del atentado ocurrido con las Explosiones de la Fábrica Militar de Río Tercero, aún siguen luchando por Justicia y Verdad, muchas veces en solitario, piloteando el avión de todo un pueblo).

domingo, 31 de octubre de 2010

Las espinas que liberan


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A veces es necesario centrarse en las espinas. Puede sonar masoquista o ilógico, y hasta inhumano, pero en determinadas ocasiones –las menos, pero las más significativas para la existencia- no sólo es bueno sino que es imprescindible mirar de frente aquello que duele, que pincha, que molesta, que incomoda, que hiere, que raspa, que amenaza.
No tiene nada de bello, claro, pero sí mucho de sublime, de trascendencia, de superación. Porque acoger lo bello es desde un primer momento gratificante, pero enfrentarse a las filosas puntas que dejan cicatrices eternas, eso sí que es todo un desafío. La aventura está en lo ilógico de la situación: codearse con las espinas para alcanzar aquello que difuso, pero cierto, nos espera del otro lado.
¿Y qué es aquello borroso al final? Nuestros deseos más profundos.
Cuando alcanzamos lo precioso, esa flor soñada, ese sueño florecido, después de haber logrado sortear ese pasillo de anónimas amenazas, la victoria es doble. Por un lado, por haber logrado la meta, pero por otro, por haber soportado estoicamente lo insoportable, por haber vencido el dolor, por haber mirado de frente las espinas que de igual manera –las cruzáramos o no- ya pinchaban.
Las marcas en la piel aún rasgada, nos harán recordar, siempre que las miremos, que lo que se consigue con dolor, con sufrimiento y con entereza, a pesar de las heridas, nos fortalece mucho más para lo que vendrá.
No es fácil tomar la decisión de atravesar los filos cortantes, pero debe motivarnos la absoluta certeza de que al final estará esperando, limpio, radiante y floreciente, aquel sueño que nos parecía imposible alcanzar.

jueves, 28 de octubre de 2010

No hay tiempo que perder


Hay un tiempo para cada cosa. Y entre ellos hay un momento exacto, preciso, justo, destinado exclusivamente para cada uno. Son esos instantes en los que las campanadas indican insistentemente que, con la mayor urgencia y decisión posibles, debemos subir a la torre más alta y desde allí observar en conjunto y en detalle toda nuestra vida. Girando 360º podemos ver todo, inclusive aquellos lugares donde el sol no llega, donde hay sombras, donde hay oscuridades, donde aparentemente no hay nada.

Si bien sabemos el momento exacto en el que subimos, nunca sabemos cuándo volvemos a estar al nivel del suelo… hasta que algún indicio nos lo diga. Pero lo importante no es anhelar el descenso, sino disfrutar (aunque sea doloroso) de la esplendorosa vista de nuestra vida y desde allí admirarla… ¡Comienzan las 12 campanadas y ya no hay tiempo que perder!

lunes, 25 de octubre de 2010

La belleza de elegir


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La belleza tiene miles de formas. Y depende de cada uno elegir la que más le conviene, la que más le gusta, la que más le atrae. El problema es cuando se presentan frente a nuestra vida varias opciones, todas igualmente bellas. Porque ahí es cuando debemos resignar, optar y hasta renunciar. Y eso generalmente duele. Y más aún si se trata de descartar lo menos hermoso (si vale la expresión).

¿Y si no elegimos? ¿Si tomamos todas las alternativas?… Es posible, pero a la larga tiene un efecto contrario, porque de tanto querer acaparar, al final nos quedaremos sin ninguna. Antes o después, así será.

¿Y porqué son todas las opciones igualmente bellas?… Porque tienen y transmiten vida. Porque tiene colores únicos y admirables. Porque su aroma es especial. Porque florecieron, crecieron, maduraron. Porque son exclusivamente para nosotros.

Entonces, la cuestión es decidirse, sabiendo de antemano que una elección implica inevitablemente varias renuncias. Así como el pimpollo tuvo que morir para dar lugar a la vida de la rosa, así debemos nosotros renunciar a muchas bellezas para elegir aquella, única, que será nuestra.

- ¿Y si no elijo y dejo que el destino lo haga por mí?

- Habrás perdido no sólo la oportunidad de tomar las riendas de tus propios actos, sino que además correrás el serio riesgo de que la opción final no sea la mejor para ti.

La clave es entonces asumir el desafío y experimentar la belleza de elegir

viernes, 22 de octubre de 2010

Sabiduría yupanquiana


martes, 19 de octubre de 2010

El partido de la vida


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- ¿Jugamos?

La vida es un partido que hay que disfrutar… por el simple privilegio de participar.

- ¿Quién trajo la pelota?

Hay elementos que son imprescindibles para jugar… y se ponen en común para comenzar.

- ¡No emboco una!

A veces la puntería está fuera de foco….

- ¡Me salen todas!

…pero otras veces se siente muy seguido el placer de las pequeñas victorias.

- ¡Mirá la que me salió!

Es bueno valorarse las virtudes, los aciertos, los momentos de inspiración…

- ¡Cómo voy a errar eso!

…pero también es necesario admitir las equivocaciones, los desaciertos, los yerros más simples.

- ¡Tira para tres puntos…!

Si en el partido de la vida no arriesgamos, es más difícil el éxito y se pierde la esencia del juego.

- ¡Falta!

No hay que desesperarse ante las trabas que nos van poniendo en nuestro camino al triunfo.

- ¡Tiro libre!

Cuando nadie nos marca y depende sólo de nosotros, tranquilos y centrados en el objetivo, debemos anotar.

- ¡Minuto!

Descansar debe ser una prioridad en determinados momentos del juego… y si no lo pide uno, otros seguramente lo gritarán.

- ¡Vos te parás acá… vos recibís acá… y vos tirás!

La estrategia es esencial. Y adecuarse a las circunstancias, cambiar durante la marcha, más todavía.

- ¡Segundos finales. El partido empatado!

Hay momentos en los que estamos a mano, pero sabemos que alguien tiene que inclinar la balanza.

- ¡Y tenemos un ganador!

A veces perdemos… a veces ganamos… la próxima vez será al revés.

- ¡Estuvo bueno!

La satisfacción por participar y compartir sobrepasa todo resultado.

- ¿Nos encontramos mañana y jugamos de nuevo?

La invitación está hecha y la cancha de la vida espera para un nuevo partido. Nos espera cada día.

domingo, 17 de octubre de 2010

El mayor regalo de una madre


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Nos hace iguales. Nos hace seres humanos.

Nos cuida como nadie. Para ella somos únicos.

Nos da todo.

No nos pide nada a cambio.

Alienta. Corrige. Vuelve a alentar.

Protege.

Sufre con los desaciertos. Los sabe parte de la vida.

Su sostén son pequeños instantes.

Sostiene.

Siembra pero deja que los frutos maduren en otro lado.

El rocío de su cosecha son lágrimas… de emoción y de las otras.

Cobija. Alimenta.

Es lugar de descanso.

Insiste. No impone. Insiste nuevamente.

Entrega.

Perdona. Perdona. Perdona. Perdona.

Agradece todos los días.

Su misión nace con un milagro. Después hay muchos más.

Lleva en su seno lo que después se irá.

Su cuerpo se deforma para dar forma a la humanidad de otro.

Ese otro es que su extensión. Que depende de ella.

No mide cuando se trata de amor.

No mide cuando se trata de sacrificios.

No mide cuando se trata de los otros.

Purifica. Aclara. Despeja.

Es puerto de partida y de llegada.

Es puente.

Es puerta abierta para guarecerse o para arriesgarse.

Sabe que lo pequeño será enorme. Confía ciegamente.

Durante 9 meses lo mantiene en secreto. En íntimo secreto.

Un cordón los conecta. Para siempre.

Su mayor alegría es su mayor dolor. En el parto. Siempre.

Parió. Y lo hace cada día. Por nosotros.

Y ese, dentro de todos los anteriores, es su mayor regalo: poder regalar vida.

jueves, 14 de octubre de 2010

Una sonrisa me espera


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Cabizbajo. Meditabundo. Ensimismado en mis preocupaciones. Así arrastraba mis pies por el cementerio de asfalto, gris y nunca novedoso.

Todo tenía la maldita virtud de transformarse, sin prisa pero inevitablemente, en problemas, en enredos, en atascos, en situaciones insalvables.

Masoquista, me molestaban aquellas alegres y despojadas realidades que azarosamente se cruzaban por mi humanidad, pero no podía dejar de envidiarlas y de intentar –siempre en vano- recordar cuándo había tenido algo parecido.

Los sonidos se agudizaban y me ensordecían. Todo parecía una suma de gritos amplificados a propósito. Hasta el aleteo del picaflor provocaba estruendo.

Ojalá todo hubiera sido al menos negro. Sería un movilizante extremo. Así lo insulso y desesperante del gris habría sido desterrado. Y algo habría tenido algún sentido claro.

Se confundía la intranquilidad, la ansiedad, la impaciencia –todas extremas-, con la pasividad, la apatía, el desinterés –también extremos.

¿La vida?… Cada vez quedaban recuerdos más vagos y distantes de aquello que estuvo en su esplendor.

Las fuerzas se iban agotando. Las pocas que no habían decidido huir sin previo aviso.

Pero (siempre hay un “pero”… inclusive a pesar nuestro), algo o alguien –no recuerdo bien- hizo que levantara la mirada. Lentamente los ojos salieron de su letargo y se elevaron 180 grados, desde el suelo hasta el cielo.

Sin saber bien por qué, vi nuevamente, después de mucho tiempo, un color: era el celeste limpio de la bóveda. Y allí fue cuando vi la sonrisa que el destino tenía preparada para mí…

Hoy, lo gris se va pintando con diferentes matices de rojos, verdes y azules. Y de aquella desolada realidad me quedó una enseñanza: cada vez que los colores quieran desaparecer, sólo tengo que levantar la mirada y descubrir la sonrisa que seguro me está esperando.

martes, 12 de octubre de 2010

12 de Octubre…


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…habría que preguntarse hasta que punto ha sido vencida una cultura que subyace en nuestra memoria colectiva y pugna tozudamente por perdurar a través de los siglos y lo consigue con la permanencia de sus ritos y creencias ancestrales, con la permanente vigilia de quienes son descendientes directos de los que alguna vez fueron dueños de estos territorios y del continente entero, con la inevitable emoción que nos embarga cuando el sonido de una quena, un erke, un sikus golpea nuestro corazón y nos remite involuntariamente a una zona que nuestra memoria reconoce, dolorida y melancólica, como si ese sonido perteneciera a un bello pasaje de nuestra vida anterior.

…la verdad aflora siempre y allí está para reafirmar su alto valor estético algunas muestras del arte cerámico, de la escultura en piedra y los tejidos precolombinos que desde el silencio nos golpean con su callada y misteriosa belleza. ¿Qué hubiéramos sido, si hubiéramos podido ser en toda nuestra plenitud? Podemos todavía, sin embargo, tratar de reconstruir desde las tinieblas la historia de los pueblos de los que ni siquiera sus huesos han sido respetados.

Taki Ongoy - Víctor Heredia

domingo, 10 de octubre de 2010

Los “cuando” del Amor


¿Cómo saber qué es el amor? ¿Cómo saber si alguna vez si sentimos el amor? ¿Cómo saber si seguimos enamorados?
Cuando el mundo se detiene. Cuando no hay nadie ni nada más. Cuando la vida toma sentido sólo con su presencia. Cuando se recuerdan fragancias, gustos, tactos y sonidos. Cuando la vista recibe lo que guarda el corazón. Cuando los abrazos son imprescindibles. Cuando la distancia no aleja. Cuando la cercanía es intimidad. Cuando todo resplandece a pesar de las oscuridades. Cuando las reconciliaciones son tan necesarias como hermosas. Cuando los perdones son mutuos. Cuando los aciertos son mutuos. Cuando las miradas dicen todo. Cuando recordamos “ese” lugar. Cuando recordamos “ese” paseo. Cuando recordamos “ese” beso. Cuando recordamos lo incompletos que estábamos antes de conocernos. Cuando recordamos. Cuando reímos. Cuando hablamos. Cuando contemplamos. Cuando nos tomamos de la mano. Cuando soñamos. Cuando tenemos diferencias. Cuando nos complementamos. Cuando nos necesitamos. Cuando vemos nuestros frutos. Cuando parimos vidas. Cuando decimos “sí”. Cuando decimos “no”. Cuando decimos “sólo por vos”. Cuando hablamos por el otro. Cuando somos uno. Cuando nos respetamos las individualidades. Cuando la vida nos golpea. Cuando el destino nos acaricia. Cuando hay carencias. Cuando hay abundancias. Cuando optamos. Cuando tomamos riesgos. Cuando nos jugamos la vida. Cuando ponemos la pava. Cuando la verdad molesta, pero construye. Cuando construimos. Cuando derribamos. Cuando imaginamos el futuro. Cuando nos emocionamos con el pasado. Cuando vivimos el presente a la par. Cuando “somos mucho más que dos”. Cuando aún hay cosquillas. Cuando aún hay inseguridades. Cuando aún hay lágrimas. Cuando aún hay carcajadas. Cuando nos regalamos. Cuando nos entregamos. Cuando festejamos…
...cuando todo esto ocurre, y además de manera casi inconsciente, es decir: cuando después de un tiempo, aún seguimos eligiendo cada día a esa rosa única, especial, mágica e irremplazable…. la nuestra… que elegimos un día hace mucho… allí es cuando podemos estar seguros de saber qué es el amor, de que alguna vez lo sentimos, y de que hoy seguimos enamorados…
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viernes, 8 de octubre de 2010

Nuestra pequeñez para encontrar la salida


El final de la historia dice que siempre hay una salida. Pero para llegar a ese punto hay que recorrer un largo y difícil camino teniendo en cuenta que:

Lo primero que hay que considerar es el hecho –poco aceptado pero indiscutible- de que somos diminutos, pequeños, sólo un punto en medio de las inmensidades que nos toque habitar. Con sólo poder mirar la cotidianeidad desde arriba (sin necesidad de irnos demasiado alto), quedará en evidencia de que naturalmente somos chiquititos.

Luego hay que tener en cuenta que todo el recorrido que nos toque transitar tendrá irregularidades, subidas, pendientes, grietas, quebradas, desniveles, alturas, profundidades. Además será largo, ancho, siempre nuevo, siempre distinto, siempre cambiante. Pero si hay algo que nos caracterizará, es la caminata constante, sin pausa, y dando pasos firmes y seguros por más que sean lentos y cortos.

Después, por más que nos peses, estaremos solos. Si bien en el camino nos cruzaremos con semejantes (en condición y en situación), seremos exclusivos dueños de las alternativas que tomemos y de los senderos que desechemos. Y en la mayor parte de la aventura, enfrentaremos las inclemencias sin compañía. Y más aún, en los tramos inmediatamente previos a la salida, allí tampoco habrá nadie más. La soledad del caminar y la del salir nos garantizarán que hemos caminado justificadamente, porque habremos fortalecido el espíritu. Y el camino habrá sido el nuestro.

Así, otro elemento es la salida misma. ¿Cómo la identificamos? Aparte de ser muy notoria, amplia e imponente (no será un pequeño huequito por dónde muy pocos pueden pasar y que casi nadie divisa), sabremos que estamos muy cerca cuando las oscuridades cedan ante la luz que se transmite por la abertura.

Y saldremos por un costado. No por el centro ni con grandilocuencia. No habrá grandes ceremonias para festejar nuestra hazaña. Será simplemente un momento más para el resto, pero para nosotros será un quiebre, un instante trascendental. Cuando hayamos pasado ese delgado límite que separa el “estoy casi llegando” del “salí”, él único que lo notará será nuestro orgullo.

Y sí, al final de la historia siempre hay una salida. Pero cuando la encontramos y la cruzamos, es muy sano darse cuenta que lo importante no era la salida, sino el caminar. Eso es lo que dignifica y engrandece… a pesar que seamos pequeños como una hormiga.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Y: Complementos


Él y ella. Blanco y negro. Azul y rosa. Día y noche. Café y leche. Anillo y dedo. Sol y luna. Papel y lápiz. Agua y aire. Amor y odio. Vida y muerte. Luz y sombra. Cara y cruz. Deseo y apatía. Padres e hijos. Nietos y abuelos. Sed y agua. Helado y cucurucho. Alma y cuerpo. Arroz y leche. Silla y mesa. Trabajo y descanso. Utopía y realidad. Lucha y apatía. Brazos y piernas. Sí y no. Abrochadora y ganchitos. Tenedor y cuchillo. Teclado y mouse. Música y baile. Cepillo y dentífrico. Lluvias y sequías. Sábanas y frazadas. Ducha y toalla. Mate y yerba. Peine y pelo. Aceleración y freno. Leer y hablar. hablar y escuchar. Unir y separar. Entregar y recibir. Hambre y comida. Novio y novia. Vista y oído. Hola y chau. Buen día y buenas noches. Retener y liberar. Pizza y queso. Claridad y oscuridad. Salir y entrar. Karting de varón y triciclo de nena…

Complementamos. Sumamos. Aumentamos. Conjugamos. Encajamos. Enfrentados unos con otros, evidentemente distintos, nos damos cuenta que somos incompletos, parciales. Porque necesitamos del otro para ser, para crecer, para estar, para vivir, para seguir… y también para hacernos conscientes de nuestras potencialidades, de lo que podemos, pero también de nuestras limitaciones, de lo que no podemos…

Cuando los extremos se tocan, se juntan, allí tenemos el indicio de algo: estamos honrando la vida, no sólo la nuestra sino esencialmente la de los otros… porque miramos de frente al que es muy distinto a mí y lo reconozco como alguien tan valioso como yo.

domingo, 3 de octubre de 2010

Cuando la escalera se termina




- ¿Hacia dónde vas?
- Hacia arriba, ¡siempre hacia arriba!
- ¿Por dónde vas?
- Por donde sea, por todo camino que me conduzca hacia lo más alto.
- Por ejemplo, esa escalera…
- ¡Claro!
- ¿Y hasta dónde querés llegar?
- Hasta lo más alto que pueda.
- ¿Y para qué querés llegar tan alto?
- Para subir, para crecer, para mirar desde arriba las cosas, para ascender, para escalar, para trepar, para no quedarme acá abajo…
- ¿Y por qué querés llegar tan alto?
- …
- ¿Y cuando no haya algo más alto, cuando no haya más camino posible, cuando los recursos para subir se acaben, cuando la escalera se termine?
- …
- Y después que destinaste toda una vida para ascender a la mayor altura jamás imaginada, cuando no puedas emprender una nueva aventura, ¿qué vas a hacer?
- …
- ¿Quedarte ahí? ¿Bajar? ¿Descender un poquito a propósito para volver a subir? ¿Disfrutar sólo de esa altura alcanzada? Porque a medida que uno sube más y más, el camino se hace más angosto y al final no hay lugar más que para uno, el que está escalando… los demás, todos los demás, quedan escalones debajo.
- ¡Pero yo llegué!
- Cierto. Querer estar cada vez más alto no está mal. Lo preocupante es cuando no sabemos porqué ni para qué. Y peor aún cuando en el camino vamos dejando parte de nuestra identidad, de nuestra esencia, de lo que nos hace humanos, además de los vínculos fundamentales que desechamos. Tendríamos que recordar siempre, cada vez que queramos trepar un peldaño más, que la escalera algún día se termina. Y en ese mismo instante, preguntarnos: ¿vale la pena entregar toda mi vida por este paso?

jueves, 30 de septiembre de 2010

La cuestión es que no se apague


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Dice Galeano que el mundo es un mar de fueguitos. Y debe ser así nomás. Porque lo que nos moviliza en cada paso de nuestra vida es esa llama interior que alumbra, quema, cobija, alimenta, prepara, transforma. Y cuando se apaga, se apagó la vida.

Pero entre ambos extremos, la llama vívida y la ausencia total de fuego, hay muchos momentos intermedios que justamente son los que más abundan en nuestra existencia. Instantes desconcertantes en los que el calor y la luz son diminutos, débiles, altamente vulnerables. Son esos trayectos de nuestra vida en los que cualquier brisa leve nos puede apagar. Y entramos en una gran disyuntiva de la que es muy difícil salir, trascender: nos ocupamos de resguardar eternamente esa llamita, sin movernos, sin respirar hondo ni fuerte, sin que nadie se acerque… o decididamente gastamos todo el poco o mucho tiempo que quede de fueguito, y así nos apagaremos con la supuesta certeza de haber aprovechado hasta el último segundo (aunque el riesgo sea, paradójicamente, quemarse)…

Por suerte, hay una alternativa intermedia que no debemos desechar… es más, deberíamos considerarla como primer opción, dejando de lado orgullos y egoísmos, resignando algo por un bien mayor. Se trata de confiar en que otro nos cuide la llamita, en que alguien la sostenga mientras nosotros buscamos la urgente manera de reavivar el fuego, de volver a brillar con esa luz y ese calor que hasta no hace mucho presumíamos. Obviamente que no puede ser cualquier otro… debe ser alguien cuya valentía llegue al extremo de cuidarla como si fuera propia. O más… ¿No existe? Nos sorprenderíamos de la cantidad de personas cercanas y no tanto que están dispuestos a dar la vida por nosotros.

Porque seguramente, no hace mucho, cuando el fuego de nuestra vida estaba en su esplendor, casi sin saberlo, naturalmente, ayudamos a alguien a sostener su pequeño y frágil pabilo mientras recuperaba su esencia brillante.

De eso se trata. De que aquel mar de fueguitos no se acabe. Y de que alternemos nuestra misión entre: custodiar las llamitas de los otros, delegar el cuidado de las nuestras para recuperar su fuerza original, y fundamentalmente, arder, brillar, encender, iluminar la innumerable cantidad de oscuridades que hay a nuestro alrededor.

martes, 28 de septiembre de 2010

Nuestros propios enemigos


Así como tenemos la capacidad de encontrar la salida cuando en apariencia no existe, así como mutamos nuestra humanidad toda ante las adversidades más extremas, así como seguimos de pie a pesar de las incertidumbres más espesas, así como no nos amilanamos aunque se nos presenten barreras infranqueables a primera vista, así como hacemos de la valentía nuestra actitud de base, así como sin más armaduras que la propia decisión nos lanzamos a experiencias peligrosas, inéditas e inexploradas, así como permanecemos estoicamente inmutables ante los vientos más huracanados, las tempestades más intensas, las inclemencias más avasallantes, así como estamos fortalecidos en el andar diario, así como…

…de la misma forma, casi sin querer, de repente, sin aviso, se presenta frente a nuestros ojos lo que parece ser la bestia más temible. Y la combatimos. La peleamos. Con aquella fuerza casi inexplicable. Con decisión y valentía extrema. Con el coraje de saber que puede ser nuestra última batalla. O que podemos salir muy heridos. Pero sin embargo vamos al frente. Gastamos todas nuestras energías. Y todo lo demás. Y nos entregamos contemplando sólo una meta: la victoria. Y el enfrentamiento dura mucho tiempo, tanto que ya perdimos la cuenta…

...Pero en un claro de la guerra, en un tiempo descanso, en el breve remanso de la batalla, ahí es cuando nos damos cuenta que aquel monstruo contra el que estamos dejando nuestra existencia, aquella bestia con poderes nunca antes conocidos… sólo es una invención nuestra, que no existe, que es sólo un pedazo de roca inmóvil e indefenso…

…Así como logramos salir de las peores oscuridades, de la misma forma muchas veces nosotros mismos nos creamos nuestros propios enemigos… y en la pelea inútil, estéril, se nos va la vida…

domingo, 26 de septiembre de 2010

Como un hilo de gota después de la lluvia


Aquellos signos que están indisolublemente ligados a la vida, al nacer, a la existencia, son fácilmente identificables: se abren paso a pesar de aquellas barreras que pretenden todo lo contrario y que son una amenaza permanente. Estos signos tienen la claridad de lo transparente y la pureza de lo limpio. Son simples. Son pequeños. Aparecen sin grandes estruendos justamente para diferenciarse desde un primer momento de aquello que lo precedió: la tormenta. Por más oscura que haya sido, y por más negra que sea la barrera que se interpone en su acción vivificante, siempre, inevitablemente, con fuerza, con decidida persistencia, traspasa lo que lo quiere frenar, retener, apropiar… y con un bello hilo traslúcido continúa su marcha hacia su meta: aportar su pequeñez para cumplir su única y trascendente misión de dar vida.

Cada uno de nosotros, por más diminutos que seamos (o que nos creamos), y por el solo y bello hecho de existir, estamos convocados a superar las tormentas que se presenten para luego seguir dando vida. A cada instante. Sin medir. Sin escatimar fuerzas. Pendientes sólo de la misión. Como un hilo de gota después de la lluvia.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Si hoy fuera ese día…


Nada hacía presagiar el final. Era el final de un día como el anterior que predisponía para vivir el siguiente de igual manera. La fosforescente belleza atraía a todo aquel que dirigiera su mirada hacia ella. El color naranja rompía con la monotonía del lugar. Estaba allí, luego de haber llegado sigilosa, desapercibida. Ahora era el centro de la escena, de las admiraciones, de las sorpresas. Nada había aparecido jamás. Ni era similar a nada conocido. ¿Lenguas de fuego? ¿Un volador y aplanado objeto? ¿Inmóvil o lentamente en viaje? ¿Era la estela de lo que había fugazmente pasado? ¿O era sólo la cabeza de algo más grande? ¿Simplemente una nube bañada por el sol que ya se escondía? Nadie se lo preguntó. Todos contemplaban. El momento era calmo, casi como en pausa, entre paréntesis. Los testigos esperaban a que terminara el improvisado espectáculo para continuar con su rutina, para cebar el siguiente mate, para volver a casa, para encender el auto, para seguir trotando, para apretar “send” en el celular, para entrar al almacén, para continuar trabajando, para sacar al perro, para sacar la basura, para buscar a los hijos al club, para…

Sin embargo, de repente… Esta fue la última imagen que se vio… Luego, un fuego enceguecedor. Por fin, la nada.

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Claro que es una historia fantástica. Claro que es irreal. Pero pensemos por un instante: Si hoy se terminara el mundo, si hoy todo volviera a su seno, al origen, al génesis, al inicio, a la nada primera… ¿habremos hecho realmente aquello que justificó hasta el último segundo de nuestra existencia? ¿habremos honrado la vida? ¿la habremos disfrutado? ¿estaríamos satisfechos? ¿habrían quedado deudas pendientes?… Sin ser trágicos ni extremistas, es bueno pensarlo desde el lugar de uno y desde la perspectiva como pueblo… De nosotros depende el valor que le demos a la vida.

martes, 21 de septiembre de 2010

¿Y la escuela para qué sirve?


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“¿Y esto para qué sirve?”, suele ser la clásica y eterna pregunta de los estudiantes. Y no sólo interrogan por la utilidad inmediata o a largo plazo de los contenidos que se enseñan, sino fundamentalmente cuestionan la enseñanza en sí, la educación, la escuela.

Desde mi experiencia me animo a decir que sirve para: descubrir, inventar, aprender a enojarse, educar la paciencia, cuestionar, crear mundos propios, vivir en mundos ajenos, respetar, tolerar, no claudicar, darle sentido a la palabra “compañero”, encontrar hermanos de camino, hallar los mejores amigos, valorar la amistad, darle sentido al tiempo, disponer tiempo para encontrar sentidos, aprender a vivir con otros, experimentar el sufrimiento, las frustraciones, las injusticias, las carencias, las soledades, las saturaciones… todas propias y ajenas, deslumbrarse, deslumbrar, hacerse cargo, pedir ayuda, ayudar, organizar, liderar, obedecer, responsabilizarse, administrar, aprender a leer, leer para aprender, saber sumar, conocer la resta, vivenciar la división, tener el honor de estar en la multiplicación, internalizar el sacrificio, no perder la capacidad de desear, ser utópico, idealista y encima con toda una vida para buscar esos sueños, avanzar, retroceder, acelerar, frenar, zigzaguear, ir en línea recta, dar vueltas, estar inmóvil, tener memoria, amar, sentirse plenamente vivo…

“¿Y esto para qué sirve?”. A la vuelta de la historia el balance es más que positivo: me permitió ser lo que soy y me brindó la oportunidad de volcarlo, hoy y aquí, en palabras…

La necesaria terquedad de la Naturaleza


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Hay procesos que son inevitables. Hay momentos que por más que nos empecinemos en que no lleguen, igualmente se hacen presentes. Y muchos de ellos tienen que ver con la naturaleza, con lo que nos rodea, con lo que nos mantiene y nos recuerda la vitalidad.

Hemos perdido mucho, pero aún queda mucho más por derrochar. A pesar de la incesante y cada vez más cruenta batalla que le estamos librando a nuestra Casa, aún persisten aquellos ciclos mínimos que permiten marcar tiempos, generar cambios, evidenciar inicios y fines.

Asistimos a partos y defunciones naturales, necesarias, imprescindibles, novedosas, idénticas, originales. Aquellas que tienen el día señalado, el 21, y la misión asignada: “en el otoño se caen las hojas / en el invierno hace frío / en la primavera nacen las flores / en el verano hace calor”.

La naturaleza sigue su curso. Y de ella aprendemos al menos dos cosas: una, la paciencia de la espera esperanzada confiando sin dudar en que el cambio anunciado llegará; y dos, que debe haber renuncias para que algo nazca.

Hoy nos toca asistir a una de esas evidencias de su terquedad: el blanco y purificador frío le cede el protagonismo al rojizo rebrote de una rosa. Somos testigos y estamos llamados a imitar.

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Cadenas que atan?


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¿Para qué darle más vueltas a las cosas cuando en realidad son simples y transparentes? ¿Para qué complicarnos con cuestiones que naturalmente son sencillas? ¿Para que nos creamos un mundo enorme y lleno de obstáculos cuando en verdad es pequeño y tranquilamente transitable? ¿Por qué sentimos que si hay algo que corre libremente sin trabas, es el preámbulo de algo muy entreverado que va a suceder?…

…¿Para qué seguimos renegando con aquellos candados que atan nuestra vida? ¿Por qué seguimos buscando llaves especiales, tenazas potentes y ganzúas resistentes? ¿Por qué seguimos luchando contra aquello que en realidad no opone demasiada resistencia? ¿Será que no nos atrevemos a cruzar y ver qué hay detrás de las puertas cerradas? ¿Es que no vemos que con una simple maniobra logramos destrabarlas y liberar las cadenas, y así abrir la tranquera que nos frena?

viernes, 17 de septiembre de 2010

Cuando lo olvidemos, nos sentemos en el pasto de una plaza…


 

Lo esencial. Lo verdaderamente importante. La paciencia. La entrega. La serenidad. La mansedumbre. La ayuda que se pide. La ayuda que se da. Ambas sin pedir nada a cambio. La compañía. El entenderse y entenderla. Los respetos por los tiempos, por los ciclos, por las demoras. Los pasos que se dan honrando el anterior y preparando el terreno del que ya viene. Pero todo a su tiempo. En el instante que debe ser. Ni antes ni después. Ni acelerado ni demorado. En el lapso justo para respetar a quien origina esos pasos. El centrarse en un único objetivo por vez. Siempre con la meta de llegar. Siempre con la meta de disfrutar el camino. Siempre con la meta dar cada paso como si fuera el último. Y con la pasión de como si fuera el primero. No decir nada. Porque no hay nada para decir. Porque se dice todo con el caminar. Y con la mirada. Y con los ojos. Y con las arrugas de los ojos. Y cuando se dice algo, asegurarse que sea real y vitalmente necesario. Admirar y sorprenderse. Por el camino. El que viene y el que ya fue. Y por las experiencias. Las que ya fueron y las que pueden venir. El pelo blanco como muestra de la pureza, de la trascendencia, de la sabiduría que no necesita tinturas. Porque quiere mostrarse sabia. Cotidianamente sabia. Sabiamente cotidiana. Y el camino. El sendero que se transita una y mil veces. Siempre igual, siempre nuevo. Nunca monótono. Nunca cuestionado. Nunca esquivado. Siempre transitorios. Porque llevan a nuevos caminos. Hasta llegar al que se cree el último, que vuelve a bifurcarse. Y se tiene que volver a elegir uno. Y a transitar. Y a disfrutar. Y a honrar. Y descubrir…

 

…así es la vida cuando la vorágine de la existencia se acaba y le da paso (porque le permitimos o porque el cuerpo ya maduro nos dice “hasta acá”) a la contemplación y a la saludable lentitud del caminar… inclusive puede ocurrir que tengamos que agarrar del brazo a un par, para poder seguir… pero igualmente siempre en esta etapa lo importante es recorrer pausada y pacientemente las sendas que se nos presenten…

 

Pregunto: ¿Hace falta llegar a la cúspide de la vida para desde allí darnos cuenta que lo verdaderamente esencial era sólo un pequeño puñado de experiencias, y que lo demás es desechable?

Cada vez que lo olvidemos, nos sentemos en el pasto de una plaza: seguramente por allí pasarán dos ancianas que nos lo recordarán…

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Preparados… listos… ¡ya!


La vida se presenta borrosa, la visión en el camino más se nubla, todo se vuelve insulso, sin sentido, monótono, gris, todo alrededor parece lo mismo, sin matices ni condimentos especiales. Uno mira sin ver, uno camina sin admirar, uno transita sin reparar ni siquiera en las obviedades. El futuro es aquello que no sólo es incierto sino que, peor aún, no existe, no se piensa, no se proyecta, no se sueña. El tiempo se paraliza paradójicamente, porque la vida igualmente sigue… e inclusive a un ritmo aún más veloz (“¿cómo, ya pasó?”). Hay menos certezas que las pocas que tenemos habitualmente. O directamente no hay. Ojalá el panorama fuera negro, porque así habríamos llegado al fondo, al límite, y desde allí podríamos retomar. Pero es gris, insípidamente gris, patológicamente gris.

Pero, a pesar de semejante paisaje interno, ocurre que levantando la mirada, colocándola en su ángulo normal (porque estaba apuntando hacia el suelo, detenida en cómo los pies lentamente se resistían a levantarse, se arrastraban), podemos encontrar aquellas señales que nos dan una pista, que nos motivan, que nos cambian la perspectiva, que se destacan por sobre el resto… y que además nos dicen algo aunque no queramos y sin demasiadas vueltas.

Marcan un antes y un después y generan decisiones que, como mínimo, nos ponen certeramente en movimiento: “Largada. Por una vida más sana”, aparece frente a nuestros ojos claramente y en color. Sólo se trata de confiar…

Listos… preparados… ¡ya!

lunes, 13 de septiembre de 2010

Un nuevo amanecer


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Se está pariendo un nuevo amanecer. Un nuevo inicio. Nace con la fuerza de la luz que todo lo traspasa, que insiste hasta hacerse presente. Asoma por entre aquellas líneas oscuras que quieren impedir su destino, en vano. Ilumina, aclara, pone en evidencia. Pero lo más importante es su poder de renovación, de transformación, de cambio. Actúa revolucionariamente (una palabra que deberíamos resignificar quitando connotaciones parcializantes). Está para alterar el oscuro orden establecido de las cosas. Inclusive en la mitad de su parto ya se nota su esencia cálidamente avasallante. Tiene la bondad de una caricia y la decisión de un astro. No pide permiso, es cierto, pero si lo hiciera quizás alguien pondría más objeciones a las que naturalmente tiene (“¿alguien en este mundo impediría que el sol salga todos los días?”… “¡Si pudiera, sí!”). Borra las penumbras y es muy difícil no ser tocado por sus haces….

Es un nuevo amanecer que quiere hacer nuevas todas las cosas… es una nueva oportunidad… es el mismo inicio del día que ayer, sí, pero a la vez es distinto… simplemente gracias a la sabiduría de la naturaleza que marca el ritmo de nuestras vidas.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Educar hoy es…


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Educar hoy es…

…transitar sin demasiadas recetas, porque las que hay están desactualizadas o fuera de contexto.

…caminar por senderos bellos pero desconocidos.

…construir desde la falta de modelos.

…alentar la superación y fortalecer las debilidades.

…aprender a desaprender.

…no quedarse en la melancolía de que “todo tiempo pasado fue mejor”.

…saber que enfrente tenemos personas, seres humanos iguales a nosotros, y no cosas o legajos.

…no ignorar que muchas veces somos la última o la única referencia de “lo adulto”.

…entrar a un mismo aula cada día, sabiendo que es distinta cada día.

…asumir nuestras carencias como formadores para admitirlas, salvarlas y fortalecerlas.

…reconocer que hay “formadores” más atractivos, más veloces y menos molestos que nosotros.

…reconocer, igualmente, que esos “formadores” muchas veces deforman.

…pisar tierra extranjera, y pedir permiso para hacerlo.

…ser muchas veces los Quijotes del siglo XXI.

…moldear personas muchas veces sin ganas que los moldeen.

…transmitir el sentido de la vida más que traspasar conocimientos.

…ser conscientes que la familia es otra, diferente a la de ayer y más aún a la de mañana.

…fortalecer la paciencia, la entrega, la escucha y la templanza.

…contemplar la posibilidad de reformar “lo que siempre se hizo así”.

…pelear contra el hambre, las carencias afectivas, la violencia social y la eterna adolescencia.

…mirar al alumno como consecuencia –y no como causa- de los grandes males del aula, de la escuela, de la sociedad.

…nunca olvidar que son niños, adolescentes o jóvenes, y que por ello están en etapas de transición.

…sentir ese ardor diario cuando se inicia la clase esperando nuevos desafíos, como el experimentado actor que sale a escena.

…emocionarse con esos instantes de plenitud: “¡Gracias Seño!”.

…derrumbar las experiencias negativas rescatando las alentadoras, sin centrarse en la cantidad sino en la calidad.

…recibir a la vuelta de la vida un “…y al final me sirvió mucho lo que me enseñó”.

 

Educar hoy es en definitiva iluminar muchas de las oscuridades que están a nuestro alrededor (nuestras y de los otros), manteniendo esperanzas encendidas en los corazones, en las utopías y en el futuro de aquellos que son la razón de ser de un educador, los alumnos.

Si logramos que al menos uno de todos ellos brille con luz propia, nuestra tarea estará justificada.

¡Feliz día del maestro!

jueves, 9 de septiembre de 2010

Cumpleaños de mi ciudad: Momento II “En detalle”


Mi ciudad, mi lugar en el mundo, cumple un año más.

Ya dijimos que es un buen momento para hacer una introspección sincera, humilde, real, despojada y desinteresada. Y que para ello lo primero era revelar nuestro hoy en una imagen del ocaso, lo más panorámica y anónima posible. Mirar desde lejos.

¿Lo segundo?… Lo segundo es el complemento necesario de aquello, pero implica mucho más esfuerzo, mucho más compromiso y muchas más fraternidad. Se trata de acercarse al detalle, de ver las imperfecciones, de apuntar el ojo a lo que generalmente no se ve, lo que se mantiene oculto y desconocido si nos quedamos sólo con esa mirada panorámica y general (necesaria por cierto, pero nunca completa).

Y cuando uno y todos nos detenemos a observar lo que nos hace únicos, irrepetibles y propios en este rincón en el planeta, allí es cuando los fuegos artificiales, los estruendos, los silencios cómplices, el disimulado desinterés por el otro, la excusa de “se hace lo que se puede”, la ausencia de proyectos en común, las ineficiencias, los encierros (en un cargo o en nuestras casas), las vendas en los ojos, en la boca y en los oídos (para que “aquello” no me toque, no me llegue), las manos atadas… por uno mismo, las ansias (desmedidas pero camufladas) de poder eterno, la pasividad o la vorágine, el “no te metás” o el “metele, no seas gil”, los reclamos enmudecidos y comprados, la vacía apariencia, la bonita cáscara sin contenido, los enquistamientos, los extremos (todo o nada) cada vez más marcados y cada vez más afianzados, la ley que vale para los otros pero nunca para uno, los derechos que son de uno pero nunca para los otros… todo esto y más se pone en evidencia.

Sólo es cuestión de pararse en frente y notar que a las letras de nuestro nombre le faltan algunas, y que aún hay grises que todo lo bañan. Estamos incompletos, hay ausencias y nuestra realidad necesita de reparaciones.

- Pero si sólo son dos letras…

- Justamente. Y aunque fuera una sola, eso no debería dejar de llamarnos la atención. Si tomamos como natural una ausencia es que a alguien hemos excluido. Y la razón de ser de una ciudad (lo “en común”) comienza a desaparecer.

La única manera de completarnos es viéndonos en detalle…

¡Feliz aniversario Río Tercero!

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Premios Bitácoras.com 2010: Cómo votarnos


FOTO + GRAFÍA está participando de los Premios Bitacoras.com.

Categoría: Mejor Blog Personal

 

¡Desde ya muchas gracias a todos por su voto!

 

Dicen las bases del certamen:

Los Premios Bitacoras.com 2010 tienen por objeto fomentar el fenómeno blog mediante la significación pública y reconocimiento de aquellos que sean elegidos como los mejores por los usuarios del sitio web Bitacoras.com.

El desarrollo de los Premios Bitacoras.com 2010 se producirá entre el 7 de septiembre de 2010, fecha de la convocatoria oficial, al 30 de octubre de 2010, fecha del fallo público y entrega de premios a los ganadores, constando de varias fases.

Participan: Cualquier blog, bitácora o diario personal en Internet escrito en lengua española.

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¿Qué necesito para poder votar?

  • Para poder votar en los Premios Bitacoras.com 2010 es necesario que seas un votante autorizado; para ello debes estar registrado en Bitacoras.com: Basta con que te valides en el sistema para poder votar. La autorización se cursará automáticamente y los votos quedarán asociados a tu cuenta. También te ofrecemos la oportunidad de loguearte a través e tu cuenta Facebook o Twitter.
  • Con el fin de asegurar la máxima seguridad y transparencia del certamen, nuestro sistema detecta usuarios fraudulentos creados con el único fin de alterar el proceso normal de las votaciones, baneándolos e impidiendo su participación.

 

¿Por qué no puedo votar si acabo de registrarme?

A los usuarios registrados a partir del 7 de septiembre se le requiere cierta actividad en la red social (votos, comentarios, recomendaciones...) para así demostrar que no es un usuario registrado únicamente para alterar los resultados del certamen?.

 

Para votar:

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Más información:

Cumpleaños de mi ciudad: Momento I “Panorámica”


Mi ciudad, mi lugar en el mundo, está por cumplir un año más.
Se trata de un momento único. Como los anteriores festejos.
Si bien se repiten año tras año, cada uno es inédito.
Aprovechan todo el camino recorrido y sientan las bases para el próximo.
Y son una excelente ocasión para revisar lo que hay y lo que nos falta…

…Para ello, para que sea una introspección sincera, humilde, real, despojada y desinteresada, son necesarios dos momentos:
El primero, desde lejos. A la mayor distancia posible pararse y contemplar panorámicamente el final del día, el balance que queda, las sombras que están presentes de proyectos por venir y las siluetas que se esbozan como muestra de lo ya hecho.
Si queremos observar(nos) crudamente, el instante ideal es cuando el sol se va escondiendo, porque allí es cuando la serenidad del día, la quietud de la noche que ya llega y la incipiente oscuridad nos hace a todos iguales, borra las diferencias y nos pone en igualdad de condiciones para decir lo que hay que decir (y para callar lo que hay que callar… y para admitir lo que hay que admitir… y para perdonar lo que hay que perdonar… y para soñar lo que hay que soñar…).
Y ese observar(nos) debe ser de punta a punta, para que nada ni nadie queden afuera… y así podremos entender muchas cosas del otro que desconocemos, que nos molestan, que tememos, que odiamos, que ignoramos, que menospreciamos…

Lo primero, entonces, revelar nuestro hoy en una imagen del ocaso, lo más panorámica y anónima posible.
Atardecer 2 [1280x768]
¿Lo segundo?… Lo segundo lo dejamos para mañana…
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