domingo, 29 de agosto de 2010

¿Querés uno?


Antes de empezar a escribir, pongo la pava…

 

Invita. Escucha. Da sin pedir nada a cambio. Es excusa. Es motivo. Es causa. Es consecuencia. Es para todos. Es único. Es igual. Es diferente. Se disfruta. Deja huellas. Endulza las amarguras. Desempalaga los excesos. Reúne. Aísla. Lleva a mundos lejanos. Trae a la realidad. Mata el tiempo. Congela el tiempo. Acelera el tiempo. Calma ansiedades. Despierta. Ayuda a dormir. Es barato. Se acompaña con ricuras. O se toma solo. Acepta intrusos según el gusto del autor. Genera momentos trascendentes. Queda en la memoria. Se necesita. Se extraña. Se añora. Se desea. Se repite. Halaga. Es signo de cercanía. De encuentro. De amistad. De hospitalidad. Es amigo del agua. Enemigo de la que hierve. Es amigo de la amistad. Enemigo de los desencuentros. No tiene horario. A la siesta es el mejor. Y a la tarde. Y a la noche. Y en los desvelos. Y en el desayuno. Si llega a la cama es porque hay amor. Si se guarda es porque no se usa. Si se lleva y se trae es porque es esencial. Es testigo de desvelos. De estudios. De fracasos. De éxitos. De proyectos. De más proyectos. Y de más proyectos. Tiene magia. Tiene arte. Tiene mañas. Tiene secretos. Tiene tradiciones. Tiene “se hace así y punto”. Tiene “así me gusta a mí”. Tiene en cuenta al otro. “¿Cómo te gusta?”. Y el otro tiene en cuenta al que sirve. “Como venga nomás”. Cuando alguien dice “no gracias, no tomo”, algo no está bien. Marca el final “gracias por ahora”. O el inicio “poné la pava”. Marca el final o el inicio del encuentro. Es un encuentro íntimo. Se comparte la intimidad de la bombilla. De la mesa. De la casa. De la vida. Se queda adentro. O sale. Y cuando sale, es de todos. Todos son de todos. Y es motivo de ronda. Y la ronda une. Cuando hace frío, ideal. Cuando hace calor, ideal. Cuando llueve, ideal. Cuando hay viento, ideal. Cuando está nublado, ideal. Es lo que no hay que olvidar. Es lo primero que hay. Es lo que siempre hay. Es lo que no falta. Ni como adorno. Ni como regalo. Ni como recuerdo de un viaje. Ni como herencia. Se hereda la forma de tomarlo. Los tiempos. Los momentos. Las ganas. La manera de hacerlo. “Así es la mejor”. Cada una es la mejor. Uno sólo basta. Pero si vienen más, mejor. “Para no quedarse rengo”. “La avivada” es tomar dos seguidos. Lo fundamental: la bombilla. Limpia y sana. Como el instante que provoca. Luego la yerba. Suave. Endulzada. Fuerte. Con palos. Sin palos. Aromatizada. De saquitos de mate cocido. Todo vale. La cuestión es que guste. Y que pase desapercibido. Porque uno lo tiene en la boca sin pensar. Inconscientemente. Como extensión de un brazo. Recibe. Toma. Trae. Lleva. Ceba. Cambia la yerba. Pone de nuevo el agua. Sigue la ronda. Saltea al que dijo “gracias”. Pero todo es tan natural como respirar. Es necesariamente mecánico. Porque pone todas las fuerzas en acercarnos. En hacernos humanos. En confirmarnos como rioplatenses. Como celestes y blancos. Como hermanos. De sangre. Y de yerba…

 

…perdón, pero tengo que dejar de escribir antes que se hierva el agua.

Lleno el termo y me dispongo a cebar el primer amargo de la tarde.

Como siempre, el mate fue la excusa, en este caso para describir parte de su esencia…

¿Querés uno?

sábado, 28 de agosto de 2010

La leyenda de Clara (o el poder de lo pequeño)


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Cuenta la leyenda que, imperceptible y sin demasiados preámbulos, un día se asentó en medio de la espesura que formaban las oscuras, anónimas y tenebrosas extensiones de La Penumbra. Ésta era una especie de bestia que iba mutando a medida que las circunstancias la amenazaban. Su mayor enemigo era todo aquello que pusiera en riesgo su eterna negrura. La Penumbra estaba acostumbrada a grandes adversarios: Febo, el más temido, aunque sólo de día; Luna, con muchas caras cambiantes; y Los Cuerpos Celestes, que juntos formaban un ejército potencialmente imposible de vencer. Todos habían intentado combatirla, pero nunca ninguno había tenido éxito.

Por eso, la audacia de aquella pequeña luz, de Clara –ese era su nombre- y su osadía al posarse donde supuestamente nadie podía, pasó desapercibida a los ojos vigilantes y ocultos de La Penumbra. Ella esperaba a los inmensos contrincantes, pero nunca a esta insignificante luminosidad.

La misión de Clara era una sola y muy concreta: comenzar a revertir aquella masa impenetrable, aquella urdimbre de brazos hechos de sombras que provocaban una oscuridad absoluta e infranqueable. Su diminuta apariencia le permitió acercarse a una de las extensiones y allí posarse… La tarea estaba cumplida: La penumbra dejó de serlo a partir de este punto luminoso que cambió el paisaje para siempre… y aquellos grandes adversarios compartían, satisfechos, el éxito de la misión, congratulando a Clara. A su vez, ella también les agradeció a todos: la clave del triunfo estaba en que cada uno le había dado un poquito de su luz.

Los grandes amos luminosos del Universo, imponentes y magníficos, habían tenido que aunar fuerzas, dejar de lado su imponencia y resignar humildemente La Batalla, para que Clara, con la valentía que le daba su tamaño diminuto, pudiera vencer a La Penumbra.

 

Muchas veces en la pequeñez de las cosas está la posibilidad de ganar las luchas que parecen imposibles. Más chances tenemos cuando ponemos nuestra humildad, delegamos lo que no podemos hacer y juntamos fortalezas. Y si además permitimos que alguien en apariencia insignificante se lleve los mayores réditos, no sólo habremos vencido, sino que también habremos crecido.

jueves, 26 de agosto de 2010

Instantes Salvadores de la Existencia


Hoy, en medio de un mundo que gira cada vez más acelerado, y mientras mucho de lo que sucede tiende a deshumanizarnos, a asimilarnos a máquinas, objetos, cosas, materias, esencias, ideas, preconceptos, estigmas… necesitamos tener lo que se podrían llamar “instantes salvadores de la existencia”.

 

¿Quién pudiera tener esa silla allá en lo alto y apuntando a la Luna, para simplemente sentarse a contemplar?

 

Se trata de lapsos de tiempo (desde segundos hasta días) en los que nos sentimos los únicos seres sobre este planeta –y realmente nos convencemos de ello-. En las calles o en las plazas, adentro o afuera de paredes, en el auto o caminando, acompañados o en solitario, en el trabajo o en el sofá, a la mañana o a la noche… en cualquier momento y circunstancias permanecemos aislamos del mundo (o aislamos nuestro mundo del resto) como mecanismo de supervivencia necesario, indispensable, vital.

 

- Dejalo, está en su mundo…

 

Porque en determinadas situaciones extremas, en las que nuestra propia esencia (y hasta nuestra vida) está en peligro, es natural y casi por instinto que nos bajemos del ritmo impuesto –por otros y por nosotros-, y que nos abstraigamos de lo que nos rodea.

 

Me colgué. Me tildé. Me fui. (…) No estoy. Quedé mudo. No soy.

 

Todos necesitamos tener estas sensaciones, que luego se convierten en certezas, y que luego se transforman en realidades. No se trata de evadir; mucho menos de eludir lo que nos toca; tampoco de postergar lo que requiere de nuestras acciones o de desligarse de los otros… se trata de encontrar un “instante salvador de la existencia” que nos permita encontrarnos con nosotros mismos y que nos aporte algo de claridad para volver, renovados, a enfrentar la vida…

…con ello nos habremos garantizado que seguimos siendo verdaderamente humanos.

martes, 24 de agosto de 2010

Mágicamente transformadora


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Son esos instantes que simplemente pasan. Lo hacen buscando trascender, quedar en la retina, en la mente y en el corazón, para luego alojarse en el alma. Sin embargo, transitan sin ser demasiado percibidos. En su contra juega que son luminosos como el resto de las luces que lo rodean (aunque con diferentes intenciones), lo que les quita impacto. Y además, son tan fugaces que sólo alguien muy expectante puede llegar a divisarlos….

 

A pesar de lo anterior, están, son, surcan nuestra vida.

 

Generalmente asoman después de la tormenta, cuando aún pueden quedar algunos refucilos y retazos de la lluvia que ya fue. Su función no es agregar luz al húmedo paisaje; tampoco es la de ser el protagonista del momento; muchos menos busca deslumbrar… Lo que realmente justifica su existencia es el hecho de mostrar (eso sí: a aquellos que quieran ver) que en medio de la tempestad siempre pasa algo o alguien que nos hace desviar la mirada, que nos cambia la perspectiva, que le quita sentido a la mortificación… y lo que vemos no es ya aquella turbulencia de ráfagas y relámpagos, sino la luz que dejó a su paso…

No pudimos ver lo que era, pero nos queda la satisfacción de contemplar el halo flotante, doble y mágicamente transformador que se forma frente nuestro…

…Hay veces en la vida en las que tenemos tantas luces a nuestro alrededor, que estamos tan encandilados (por el dolor, por la bronca, por la culpa, por la falta de esperanza, por el exceso de idealizaciones, por…) que no sabemos discernir cuál es la que realmente necesitamos… y lo peor es que perdemos todas las chances de revertir aquello que nos molesta o nos hiere…

 

Parece tan simple… y lo es…

 

Inmortalicé una imagen de aquel instante que dejó su estela de luz en medio del epílogo de la tormenta. Apenas la viste, en el primer momento, ¿en qué se centró tu mirada? En la respuesta está la clave para enfrentar los próximos temporales…

domingo, 22 de agosto de 2010

Tenemos mucho de mamushka


La mamushka (o matrioska o muñeca rusa) son unas muñecas tradicionales rusas creadas en 1890, cuya originalidad consiste en que se encuentran huecas por dentro, de tal manera que en su interior albergan una nueva muñeca, y ésta a su vez a otra, y ésta a su vez otra, en un número variable.

 

Todos tenemos diferentes capas, diversas armaduras, distintos cuerpos, que van variando de acuerdo a las situaciones que se nos presentan. Si bien todas son prácticamente idénticas –salvo por mínimos e imperceptibles detalles-, y nos pueden presentar ante el resto siempre sin alteraciones evidentes, nosotros sabemos que cada parte una es única, con una función y un momento asignado, y hasta con personalidad propia…

 

Tenemos mucho de mamushkas.

 

Despojarse de las capas, desnudar la intimidad, dejar al descubierto lo mínimo, esencial e indispensable de nuestra existencia no es un acto que practiquemos con cualquiera, ni en cualquier momento. Hasta inclusive aquellos que parecen llevarse la vida por delante (o a aquellos otros que la vida se los lleva por delante), en raras ocasiones muestra su interioridad última, y lo que ostentan es la coraza más bella, más fuerte, más llamativa, pero la que más tapa nuestra humana vulnerabilidad… como hacemos casi todos…

¿Un interior hueco? Parecería la sentencia de muerte de las emociones, de las originalidades, de los imprevistos… sin embargo, es la condición esencial para que nuestra vida siga marchando, porque así podemos contener todos nuestros yo que se albergan en cadena, y además tenemos la posibilidad de movernos con cierta libertad y seguridad, de acuerdo hasta donde nos hayamos desarmado…

La única parte que no puede incluir otra aún más pequeña es la última, porque allí está la raíz, el génesis, la naciente de nuestra identidad… escondida y muchas veces temerosa, sí, pero necesitada de un cuidado único y especial…

 

… a veces a esta última mamushka, aquella por la que viven las otras, se escapa, se va, desaparece… y ahí sobreviene la desesperación por encontrarla para que todo el conjunto vuelva a estar en su lugar y en equilibrio… y nosotros podamos seguir nuestro camino…

 

Por lo anterior, vaya este sencillo y breve relato animado:

sábado, 21 de agosto de 2010

Allí…


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Allí, justo allí, en medio de esa inmensidad de algodón, dentro de esa pureza tan contrastante, sostenido por la levedad de lo consistente, admirando la fragilidad que se hace fuerte cuando se condensa…
Allí arriba, en la cresta, donde el viento va moldeando suavemente, y pidiendo permiso, la forma de lo blanco, donde la paz, la sana quietud, la serenidad y largo suspiro de descanso se hacen realidad…
Allí, desde donde todo se ve diferente, desde otra perspectiva, sabiéndome dueño de lo que dejo detrás…
Allí, donde se reactivan las energías, donde las tormentas no llegan, y desde donde sale el agua que purifica…
Allí, donde uno puede volver a ser niño y jugar y rebotar y jugar y volver a rebotar… sin temor a caerse…
Allí, lejos de todo y cerca de todo, aislado pero en medio del resto, ajeno pero siendo parte…
Allí, en ese espacio que uno construye idealmente y que cuando se concreta es, en realidad, mejor al imaginado…

…Allí, en esa inmensa nube, mi nube, aunque sea por un ratito, necesito reposar…

jueves, 19 de agosto de 2010

Nuestro camino


No sabemos hacia dónde conduce, no conocemos cómo será después, apenas tenemos una pequeña idea de los vaivenes que tendrá, no es el único, pero sí el más nítido, se presenta como el más seguro, está demarcado, no se ven obstáculos importantes, nos muestra de dónde venimos, es coherente con lo que recorrimos hasta ahora…

 

…es nuestro camino, nuestra senda, nuestra elección, nuestra opción…

 

Dice el poeta: “Se hace camino al andar”. Y allí reside lo importante del camino: en saber que mientras uno lo va transitando está en movimiento, avanza, se dirige hacia algún lado, se renueva, cambia el paisaje de a poco, está inquietamente vivo.

Lo mejor de todo es que uno no tiene que preocuparse por elegir, porque la opción ya la tomamos antes, unos metros más atrás, cuando decidimos embarcarnos en este rumbo. Ahora es cuestión de cuidar los pasos y de seguir hacia adelante procurando no descarrilar, y disfrutando del viaje.

 

En este punto es bueno preguntarse: ¿Para qué caminamos?…

Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para que sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar. (Eduardo Galeano).

martes, 17 de agosto de 2010

Se fue al cielo


DSC02507 [640x480] ¿Por qué cuando alguien se muere se dice “se fue al cielo”?

Porque sigue estando cerca, pero ahora se nos hace inalcanzable.

Porque lo tenemos siempre presente.

Porque es parte de nuestra vida, de nuestra rutina, de nuestra cotidianeidad.

Porque se merece estar en un pedestal, y el cielo es el más alto que conocemos.

Porque todos los días es diferente, aunque sea el mismo… como era ese alguien.

Porque es impredecible, y tiene tormentas y días bellamente soleados… como era ese alguien.

Porque es único, y aunque todos lo compartan, es especial para algunos, para uno.

Porque como no entendemos la muerte, la explicamos con algo superior.

Porque necesitamos seguir sintiendo su brisa, sus ráfagas, sus tornados, y sus brisas de nuevo.

Porque tiene la pureza de las nubes, la belleza de un atardecer, la inmensidad del azul, lo original de los naranjas, la luz del sol.

Porque necesitamos enojarnos con alguien, y muchas veces ese Alguien está allá arriba.

Porque necesitamos depositar nuestras esperanzas en alguien, y muchas veces ese Alguien está allá arriba.

Porque, a pesar del dolor extremo, necesitamos tener el cuerpo erguido, la cabeza levantada y la vista apuntando al horizonte.

Porque no vemos otra forma de explicar el ocaso de una vida, más aún si tenemos vivo el recuerdo de su amanecer.

Porque el día se convirtió en noche… aunque bien estrellada, iluminada.

Porque ahora tenemos un “ángel” que nos cuida.

Porque se adelantó a un lugar donde luego nos encontraremos…. y ese lugar debe ser inmenso.

 

Porque…

…porque cada vez que miremos al cielo, honraremos los instantes que compartimos juntos, aquí en la Tierra.

 

(A la viva memoria de mi querido viejo, todo un ejemplo aquí en la Tierra, y seguro también en el Cielo.)

domingo, 15 de agosto de 2010

Púas


Lo que queremos alcanzar, lo que deseamos, lo que ya vemos y hasta pensamos como propio, lo que casi tenemos al alcance de la mano… eso es lo que paradójicamente más duele conseguir.

Los últimos tramos hacia lo anhelado suelen ser los que más exigen de nosotros, los que más requieren de nuestra atención y discernimiento, los que nos piden no confiarnos creyendo que ya todo está hecho…

Para que aprendamos, la vida tiende siempre a darnos todo de sí, inclusive aquello que hiere, que cala una cicatriz profunda y que nos marca para siempre… las púas del destino aparecen cuando menos las esperamos, cuando más vulnerables estamos, cuando más descansados está nuestra guardia…

El grito de dolor al cruzar esa barrera de espinas de acero es la muestra más clara de que estamos vivos, y de que nos encontramos a sólo unos pasos de lo soñado… no cruzar las púas, por más que sepamos que nos van a herir, es convertir en inútil todo lo caminado: asumiendo los mayores cuidados posibles, para alcanzar aquella bella y roja flor debemos atravesar esos hostiles alambres con punta afilada…

…y recién allí, con la ropa rasgada y el orgullo en alto, podremos descansar y disfrutar…

sábado, 14 de agosto de 2010

Tranqueras



¿Limita o contiene?
¿Frena o ampara?
¿Coarta o cubre?
¿Traba o protege?
¿Encierra o libera?
¿Nos pone adentro o nos deja afuera?
¿Retiene o permite?
¿Muestra lo que tenemos o lo que perdemos?
¿Sirve para desear o para disfrutar?
¿“Cuándo estaré del otro lado” o ”menos mal que estoy de este lado”?
¿Aquel es el ocaso o el amanecer?
¿Disfruto o la cruzo?
¿Puedo quedarme? ¿Debo? ¿Para qué?
¿Puedo volver? ¿Para qué?

…las tranqueras de nuestra vida nos generan miles de interrogantes, pero la cuestión es saber definir cuándo son necesarias y cuándo son prescindibles… si determinamos que son fundamentales en nuestra vida debemos acompañar esa certeza con un acto de humildad muy grande y aceptar que, por ahora, estamos contenidos y a salvo de… y si, por el contrario, concluimos que son totalmente desechables, debemos asumir el riesgo de cruzarlas (o romperlas) y lanzarnos hacia el horizonte… en cualquiera de los dos casos estaremos tomando las riendas de nuestro hoy y salvando nuestra existencia.

jueves, 12 de agosto de 2010

El distinto


Este es un mundo y una época que uniforman y hacen que todo parezca más de lo mismo. Inclusive a aquello que es naturalmente diferente, se lo engloba dentro de categorías y conceptos rígidamente predefinidos. Si no podemos entender algo dentro de nuestras estructuras, si algo nos rompe los esquemas, si algo es distinto a todo lo conocido, esperado, soñado, previsto, proyectado o necesitado, simplemente lo desechamos –en el mejor de los casos-… o lo aislamos, lo denigramos, lo exponemos (para que quede en ridículo), lo ignoramos de manera hiriente, ¿lo envidiamos?, lo cargamos con toda nuestra ira…

Sin embargo, deberíamos tener la capacidad de ver dos cosas: una, que todos, absolutamente todos los seres de este mundo, somos diferentes, cada uno tiene sus particularidades (¡por suerte!… ¡qué aburrido sería una homogeneización absoluta!)… y dos, que justamente en esa diversidad está la clave de la construcción de un espacio plural, que nos englobe a todos, que nos incluya a todos, que nos respete a todos, que nos aliente nuestras originalidades para que podamos alentar la de los otros… Y en vez de temer a lo disímil, más bien deberíamos sospechar de la equiparación acrítica y ciega que pretende mostrarnos que, cuando alguien se sale de lo previsible, ya es peligroso, inútil o desechable…

 

- ¿Viste al nuevo? Pobre, es tan distinto a nosotros…

- ¿Sí?

- ¿No ves? Es más claro… ¡y encima tuve el tupé de ponerse al medio!

- Y de malo… ¿qué tiene?

- ….

- ¡Y fijate qué bien abrocha!

martes, 10 de agosto de 2010

La última gota


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La vida está plagada de “últimas oportunidades” y nos da chances a cada instante… pero nada es para siempre…

A veces nos acostumbramos a relegar las decisiones vitales, aquellas que hacen la diferencia entre pasar y honrar la vida…

“Esta vez, no… pero la próxima seguro que sí lo hago”… y así hay muchas próximas veces…

Derrochamos, malgastamos, desaprovechamos, descuidamos, contaminamos todo lo que creemos eterno… y cuando nos damos cuenta que era pasajero, allí sobreviene la angustia, la tristeza, la melancolía, el “y si…”

Por eso, antes que sea tarde, antes que el ocaso que nosotros mismos creamos termine volviéndose en contra, antes de la próxima postergación, valoremos cada instante, cada regalo, cada ser, cada aprendizaje, cada palabra, cada amanecer, cada suspiro… como si fuera el último.

Aunque sepamos que las reservas pueden durar millones de años o sólo un par de días, contemplemos cada momento con la misma intensidad, pensando en nosotros, en el resto, en todos, en cada uno… y allí la perspectiva es distinta: “lo que yo tengo debo cuidarlo para que otros lo sigan teniendo o lo empiecen a tener”…

Porque en algún momento la última gota será realmente la última, y no habrá más… y nos habremos perdido la inconmensurable chance de salvarnos entre todos.

 

¿Hablo del agua? Sí. Y de todo lo que nos mantiene vivos.

lunes, 9 de agosto de 2010

Imperfectamente bellos


Cuando uno se acerca al centro, al eje, al origen de las ramificaciones de nuestra vida, allí seguro notará con nitidez algo en en el interior que está desencajado, que está fuera de lugar, que se orienta para otro lado… que es diferente…

En esos casos, la belleza exterior de poco sirve, porque ya hemos sido vulnerados por la mirada que nos desnuda, que nos muestra frágiles, que nos presenta al mundo con los defectos y las virtudes que poseemos (los primeros queremos esconderlos y más se hacen notar; las segundas siguen brillantes como siempre)…

Lo que pasa es que nos hemos animado a encontrarnos cara a cara con nuestros detalles. Nos acercamos tanto a mirarnos que se hace imposible ignorar lo que se ve…

Que nos guste o no, que lo toleremos o no, que queramos mostrarlos o taparlos, que los camuflemos o los expongamos, que nos quedemos o huyamos… no debería ser la cuestión principal… lo esencial debería ser darnos cuenta que tenemos impurezas que nos hacen imperfectamente bellos…

No hay que tener miedo: los deslumbrantes colores, los cautivantes aromas y la firme estampa que nos permite erguirnos y diferenciarnos del resto siguen allí, no desaparecen… es más: se realzan cuando tenemos el coraje de dejar las apariencias y mirarnos sinceramente.

sábado, 7 de agosto de 2010

La belleza de lo simple


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Nos pasamos la vida buscando aquello que nos deslumbre, que nos revitalice, que nos sorprenda y nos sacuda, que nos rompa los esquemas y nos traiga algo nuevo y mejor…

Esperamos, revolvemos, vamos, venimos, nos metemos por huequitos que se presentan como “salvadores”, huimos, nos fugamos, volvemos a entrar, volvemos a esperar… y mientras tanto, aquello deslumbrante, magnífico, magnánimo… no aparece…

Nos centramos tanto en buscar y buscar, en los ensayos-error, en bajar la cabeza y transitar por la vida por diferentes senderos, que muchas veces nos olvidamos de  observar la enorme, majestuosa, inexplicable y cotidiana realidad que tenemos encima:

 

- ¿El cielo?

- Sí…

- ¿Ese celeste con nubes blancas?

- Sí…

- ¿El de ahora?

- Sí…

- ¿Y qué tiene de especial?

- Que es nuevo cada día, que cambia de colores y de formas, que preanuncia, que nos evoca recuerdos, que nos traslada a lugares mágicos, que nos invita a soñar, que nos cambia la perspectiva, que nos hace saber pequeños en este universo, que nos protege, que nos acompaña incondicionalmente, que nos condiciona la vida, que marca los ritmos, que ilumina, que oscurece, que nos despierta a la mañana y nos arropa a la noche, que…

 

…que nos recuerda la belleza de lo simple,

de lo que tenemos al alcance de los ojos…

Sólo es cuestión de levantar la mirada…

jueves, 5 de agosto de 2010

Pausa


De repente caí en la cuenta de que ya no manejaba la velocidad de mis acciones, de que estaba siendo arrastrado por una (cada vez más fuerte) corriente… en su interior, mientras uno está inmerso, las ráfagas parecen quietas, los tornados se presentan como normales y la inmediatez se camufla en algo inevitable… allá vamos, a una rapidez que nos impide pensar mínimamente: no hay tiempo.

¡Seguro que uno quiere aminorar la marcha!… pero la cuestión está en darse cuenta de ello… porque en general (como siempre) es más cómodo dejarse llevar que luchar contra esa corriente… ¿nos traslada a algún lugar?, sí, pero inmediatamente nos empuja hacia otro espacio, y luego a otro, y a otro, y a otro…

Así, de repente, cuando caí en la cuenta de que ya no manejaba la velocidad de mis acciones, busqué y pude divisar en medio del vértigo una frágil rama que sostuvo mi acelerada carrera… frené y vi a mi alrededor que todo lo demás seguía al mismo ritmo… estaba desconcertado al principio (y claro: no estaba acostumbrado a la calma) y hasta atiné a subirme de nuevo a la corriente. Sin embargo, frente a mí, allá a lo lejos, en un horizonte difuso por la misma velocidad del mundo, pude descubrir un anaranjado atardecer… un ocaso que me hizo recordar que hasta la misma naturaleza debe respetar tiempos, momentos y ritmos… y lo contemplé… y disfruté de mi anónima y reparadora pausa.

miércoles, 4 de agosto de 2010

A la deriva…


Estamos a la deriva… la desesperación crece a medida que nos damos cuenta que es cada vez más difícil sujetarse… no sabemos qué hay al final de la pendiente (¿importa?), pero conocemos que no es bueno… ya estamos destinados a descender involuntariamente por este tobogán que nos impone el destino… las alternativas se acabaron hace mucho… no hay nada ni nadie que pueda rescatarnos… estamos en el límite: un movimiento más y nos caemos… mientras más se lucha por resistir mayor es el riesgo de fracasar… quedarnos inmóviles no nos garantiza que vayamos a salvarnos (y sólo sirve para dilatar la agonía)… la última palabra está dicha, salvo que…

 

…salvo que recordemos que somos capaces de volar…

 

(Los momentos límites sirven para recordarnos nuestra esencia… sólo que a veces no los escuchamos)

martes, 3 de agosto de 2010

La nube


La cuestión cuando se presenta una nube sobre nosotros es discernir si protege del sol o trae la tormenta, si resguarda o invade, si la oscuridad que genera es necesaria y pasajera o destructiva y permanente, si es el principio de más que vendrán o el final de las que ya se fueron…

Debemos tener en claro que no tiene que haber una amenazante descomposición del clima para que aparezca… a veces en la misma mansedumbre, en medio de un cielo bien celeste, sigilosamente se planta encima de nosotros y nos abarca completamente…

No necesariamente debe ser gris ni presagiar refucilos… inclusive puede ser majestuosa, bella, imponente…

Lo más importante es saber diferenciar para qué, por qué y hasta cuándo estará esa nube sobre nuestra rutina… sabiendo que no permanecerá para siempre: tanto si nos protege como sin nos atormenta, algún día el viento se la llevará… y allí, antes o después, aparecerá otra, y el discernimiento comenzará de nuevo…

 

lunes, 2 de agosto de 2010

Barreras


No son simples y corrientes obstáculos; son verdaderas barreras que se nos presentan al menos una vez en nuestro caminar. No son imponentes ni deslumbrantes, pero cumplen su único cometido de no dejarnos seguir, de detener nuestra marcha, de no dejarnos pasar…

Cuando se plantan frente nuestro, hay un detalle que no pasa desapercibido ni que es menor: si bien su función es prohibir, alterar, paralizar, hacer retroceder… a la vez siempre nos permiten ver aquello que ellas mismas hacen inaccesible… Cruelmente, por algún rincón nos dejan ver lo que sigue, nos lo hacen desear, nos hacen imaginarnos cómo sería estar allí… pero nada más… porque el camino está vedado…

Y para peor, estamos seguros que ese sendero es el que elegimos, el que nos conviene, el que se presenta como la mejor alternativa… lo sabemos y no podemos avanzar… y eso genera, al menos, una frustración mayor…

¿Alternativas? Muy pocas. La única opción está en cambiar el foco de atención, en centrar  la mirada no en la barrera, sino en el camino; no en lo que nos frena; sino en lo que nos permite seguir en movimiento; no en la frustración, sino en la esperanza…

….Y en ese proceso habrá pasado al menos una de estas cosas: o los cercos habrán desaparecido, o habremos encontrado otro lugar por donde seguir nuestro camino… ¿Por arte de magia? No. Por el simple hecho de perseverar.

domingo, 1 de agosto de 2010

Panorámica de nuestra vida


Cielo oscuro con franja de luz [50%]

Si tuviéramos la posibilidad de, aunque sea por un mínimo momento, contemplar la panorámica de nuestra vida…

Si pudiéramos congelar ese instante para recordar, contemplar, revivir…

Si tuviéramos el tiempo de revisar cada detalle, cada lugar, cada persona, cada tonalidad de lo vivido…

Si, aunque le faltaran los colores originales (es imposible vivir dos veces exactamente lo mismo), pudiéramos divisar los contrastes…

Y si además esta imagen nos permitiera ver nuestra vida desde arriba, desde otra óptica, desde un lugar tan distante como original…

 

…Si todo aquello fuera posible…

 

…seguramente –y creo no equivocarme- cada uno descubriría una franja de luminosidad… ¿nueva, inédita?, no; pero sí olvidada… y aquello de allá, más lejos o más cerca dependiendo de las experiencias propias, ubicado donde se abrió el cielo, nos recordaría que las densas oscuridades no son invencibles.

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