sábado, 18 de junio de 2011

Ser Padres


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Fuertes y serenos. Pacientes y sin pausa. Robustos y sensibles. Imponentes y frágiles.

Con raíces fuertes, que a su vez se alimentan de otras.

Bien plantados en el suelo, firmes, altivos, eternos.

Cobijan, dan sombra. También dejan pasar la luz, permiten, liberan.

Protegen las debilidades de los inviernos y admiran las maravillas de los veranos.

Harán crecer frutos a su alrededor, con fortaleza, sin invasiones.

Tienen la humildad para observar, la grandeza para actuar, la serenidad para esperar.

No sobresalen. Comparten, entregan, reciben.

Sus reflejos cuidan, sus ramas dosifican lo vital: el agua, el aire y el sol.

La trascendencia no está en la altura, sino en la capacidad de ver lo pequeño.

Son complemento.

Necesitan para ser necesarios. Viven dignos para dignificar la vida. De los otros primero.

Temen pero enfrentan. Tiemblan pero no decaen. Resisten las tempestades en nombre del resto.

Conocen su misión: amparar, guiar, sentir orgullo por sus frutos.

La simpleza, la seguridad, la practicidad. Sus tres mejores virtudes. Y defectos.

Sufren y permiten sufrir, sabiendo que en el sufrimiento estará el crecimiento.

Enseñan a enfrentar los dolores justo en el momento en el que se perciben.

Ven la vida con los ojos de la sabia inexperiencia que da la naturaleza: el instinto racional.

Se saben dadores de vida. Siempre con su complemento. No desde un principio, a veces algo tarde.

 

Todo esto es ser Padre. Así, tan maravilloso como desafiante.

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