viernes, 8 de octubre de 2010

Nuestra pequeñez para encontrar la salida


El final de la historia dice que siempre hay una salida. Pero para llegar a ese punto hay que recorrer un largo y difícil camino teniendo en cuenta que:

Lo primero que hay que considerar es el hecho –poco aceptado pero indiscutible- de que somos diminutos, pequeños, sólo un punto en medio de las inmensidades que nos toque habitar. Con sólo poder mirar la cotidianeidad desde arriba (sin necesidad de irnos demasiado alto), quedará en evidencia de que naturalmente somos chiquititos.

Luego hay que tener en cuenta que todo el recorrido que nos toque transitar tendrá irregularidades, subidas, pendientes, grietas, quebradas, desniveles, alturas, profundidades. Además será largo, ancho, siempre nuevo, siempre distinto, siempre cambiante. Pero si hay algo que nos caracterizará, es la caminata constante, sin pausa, y dando pasos firmes y seguros por más que sean lentos y cortos.

Después, por más que nos peses, estaremos solos. Si bien en el camino nos cruzaremos con semejantes (en condición y en situación), seremos exclusivos dueños de las alternativas que tomemos y de los senderos que desechemos. Y en la mayor parte de la aventura, enfrentaremos las inclemencias sin compañía. Y más aún, en los tramos inmediatamente previos a la salida, allí tampoco habrá nadie más. La soledad del caminar y la del salir nos garantizarán que hemos caminado justificadamente, porque habremos fortalecido el espíritu. Y el camino habrá sido el nuestro.

Así, otro elemento es la salida misma. ¿Cómo la identificamos? Aparte de ser muy notoria, amplia e imponente (no será un pequeño huequito por dónde muy pocos pueden pasar y que casi nadie divisa), sabremos que estamos muy cerca cuando las oscuridades cedan ante la luz que se transmite por la abertura.

Y saldremos por un costado. No por el centro ni con grandilocuencia. No habrá grandes ceremonias para festejar nuestra hazaña. Será simplemente un momento más para el resto, pero para nosotros será un quiebre, un instante trascendental. Cuando hayamos pasado ese delgado límite que separa el “estoy casi llegando” del “salí”, él único que lo notará será nuestro orgullo.

Y sí, al final de la historia siempre hay una salida. Pero cuando la encontramos y la cruzamos, es muy sano darse cuenta que lo importante no era la salida, sino el caminar. Eso es lo que dignifica y engrandece… a pesar que seamos pequeños como una hormiga.

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