jueves, 14 de octubre de 2010

Una sonrisa me espera


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Cabizbajo. Meditabundo. Ensimismado en mis preocupaciones. Así arrastraba mis pies por el cementerio de asfalto, gris y nunca novedoso.

Todo tenía la maldita virtud de transformarse, sin prisa pero inevitablemente, en problemas, en enredos, en atascos, en situaciones insalvables.

Masoquista, me molestaban aquellas alegres y despojadas realidades que azarosamente se cruzaban por mi humanidad, pero no podía dejar de envidiarlas y de intentar –siempre en vano- recordar cuándo había tenido algo parecido.

Los sonidos se agudizaban y me ensordecían. Todo parecía una suma de gritos amplificados a propósito. Hasta el aleteo del picaflor provocaba estruendo.

Ojalá todo hubiera sido al menos negro. Sería un movilizante extremo. Así lo insulso y desesperante del gris habría sido desterrado. Y algo habría tenido algún sentido claro.

Se confundía la intranquilidad, la ansiedad, la impaciencia –todas extremas-, con la pasividad, la apatía, el desinterés –también extremos.

¿La vida?… Cada vez quedaban recuerdos más vagos y distantes de aquello que estuvo en su esplendor.

Las fuerzas se iban agotando. Las pocas que no habían decidido huir sin previo aviso.

Pero (siempre hay un “pero”… inclusive a pesar nuestro), algo o alguien –no recuerdo bien- hizo que levantara la mirada. Lentamente los ojos salieron de su letargo y se elevaron 180 grados, desde el suelo hasta el cielo.

Sin saber bien por qué, vi nuevamente, después de mucho tiempo, un color: era el celeste limpio de la bóveda. Y allí fue cuando vi la sonrisa que el destino tenía preparada para mí…

Hoy, lo gris se va pintando con diferentes matices de rojos, verdes y azules. Y de aquella desolada realidad me quedó una enseñanza: cada vez que los colores quieran desaparecer, sólo tengo que levantar la mirada y descubrir la sonrisa que seguro me está esperando.

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