Este es un mundo y una época que uniforman y hacen que todo parezca más de lo mismo. Inclusive a aquello que es naturalmente diferente, se lo engloba dentro de categorías y conceptos rígidamente predefinidos. Si no podemos entender algo dentro de nuestras estructuras, si algo nos rompe los esquemas, si algo es distinto a todo lo conocido, esperado, soñado, previsto, proyectado o necesitado, simplemente lo desechamos –en el mejor de los casos-… o lo aislamos, lo denigramos, lo exponemos (para que quede en ridículo), lo ignoramos de manera hiriente, ¿lo envidiamos?, lo cargamos con toda nuestra ira…
Sin embargo, deberíamos tener la capacidad de ver dos cosas: una, que todos, absolutamente todos los seres de este mundo, somos diferentes, cada uno tiene sus particularidades (¡por suerte!… ¡qué aburrido sería una homogeneización absoluta!)… y dos, que justamente en esa diversidad está la clave de la construcción de un espacio plural, que nos englobe a todos, que nos incluya a todos, que nos respete a todos, que nos aliente nuestras originalidades para que podamos alentar la de los otros… Y en vez de temer a lo disímil, más bien deberíamos sospechar de la equiparación acrítica y ciega que pretende mostrarnos que, cuando alguien se sale de lo previsible, ya es peligroso, inútil o desechable…
- ¿Viste al nuevo? Pobre, es tan distinto a nosotros…
- ¿Sí?
- ¿No ves? Es más claro… ¡y encima tuve el tupé de ponerse al medio!
- Y de malo… ¿qué tiene?
- ….
- ¡Y fijate qué bien abrocha!
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